ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC
- El presidente de Castilla-La Mancha se enfrenta a un dilema moral que solo ofrece dos salidas: la coherencia o la cobardía
Emiliano García Page no es un socialista al uso y mucho menos uno representativo del sanchismo imperante en la actualidad. A diferencia de la mayoría de sus correligionarios en activo, él siempre ha huido del sectarismo, rechaza la polarización frentista adoptada como bandera por el secretario general, su visión de España coincide con la recogida en la Constitución y se atreve a decirlo en voz alta. Eso explica que ganara las elecciones autonómicas en Castilla-La Mancha por mayoría absoluta, atrayéndose el voto de ciudadanos moderados a derecha e izquierda. Con García Page es posible simpatizar en lo personal pese a discrepar en lo político, porque no es persona dogmática ni alberga odio hacia quienes defienden posturas diferentes a la suya, aunque tiene a gala atesorar unos principios sólidos. Principios incompatibles, me temo, con la deriva que ha tomado su partido.
Emiliano García Page se opone frontalmente a la amnistía exigida por los independentistas catalanes como condición ‘sine qua non’para apoyar la investidura de Pedro Sánchez. Lo proclama a los cuatro vientos y lo argumenta con claridad. Amnistiar a los golpistas es tanto como pedirles perdón, afirma atinadamente. Equivale a reconocer que el Estado hizo mal las cosas y que ellos actuaron bien. Supone darles un premio que el conjunto de los españoles considera una afrenta intolerable a la igualdad y la justicia. Un salivazo a la Carta Magna que excluyó deliberadamente de su articulado ese instrumento por completo ajeno a los regímenes democráticos. Tanto le repugna esa concesión al sucesor de José Bono, quien dio en la diana al afirmar aquello de que «los separatistas quieren comer aparte para comer más», que se dispone a tomar la palabra en el comité federal convocado hoy en Madrid a fin de exponer ante sus compañeros su rechazo firme a esa medida inconstitucional, irreversible y ajena al programa electoral con que los socialistas acudieron a las urnas. Una ley de olvido de la máxima trascendencia que, sin embargo, el presidente en funciones no contempla someter a la votación de las bases. La actitud del castellano-manchego es ciertamente más honrosa que la del resto de los asistentes al cónclave, auténticos corderos silentes ante un líder empeñado en justificar lo injustificable, pero resulta insuficiente dada la gravedad de lo que está en juego.
Emiliano García Page se enfrenta a un dilema moral que solo ofrece dos salidas: la coherencia o la cobardía. Si opta por el camino de la congruencia con sus principios y su discurso, si pretende ser fiel a sus ideas y actuar en consecuencia, debe ser valiente y pedir públicamente a los diputados socialistas que rechacen con sus votos en el Congreso una investidura pagada con indignidad y soberanía robada. Si no da ese paso y se limita a las palabras, demostrará que le faltan redaños para enfrentarse de verdad a Sánchez.