País de corruptos

TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 24/06/17

· Digámoslo: este no es un país de políticos corruptos, sino un país de corruptos. Pero esa tal vez sea la conclusión del razonamiento, no la premisa.

Y más vale no empezar por la conclusión. El origen bien conocido del problema está en entender la corrupción no como problema de ética pública, sino penal. De ese modo, sólo aquello que es delito se considerará corrupción. Y sólo se certifica la corrupción cuando existe una condena. Hasta entonces es sólo presunta corrupción, sin perder el amparo del partido, ya hayas mentido o te hayan sorprendido contando billetes en el coche, con la smoking gun.

Esto, claro, ha judicializado la política. Y aunque la judicialización es un fenómeno más complejo, este punto resulta esencial. Al no abordar la corrupción en instancias políticas sino en los tribunales, se produce esa consecuencia inevitable: puesto que pedir la dimisión es inútil, sólo cabe apostar a que sea condenada.

Eso sí, se trata de procesos largos, con una justicia despiadadamente lenta, de modo que entretanto sucede algo previsible: todo el proceso se adopta ya como precondena. La táctica política es embarrar el campo durante todo ese tiempo y el periodismo es cómplice necesario del juicio paralelo y la criminalización mediante la pena de telediario.

El problema, en definitiva, es la inexistencia de responsabilidad política. Po-lí-ti-ca. Si los dirigentes aceptasen esa responsabilidad sin esperar a una condena para apartar a alguien o apartarse alguien de su cargo –Macron ha dejado caer cuatro ministros en el prólogo de su mandato– no se daría ese juego perverso. Al extirpar el asunto de la esfera política, la lenta investigación judicial ya continuaría fuera de los focos.

Claro que esto plantea otro punto clave: no todos los casos son iguales, y por tanto hay que actuar con criterio. Y aquí se llega al quid, porque, más allá de lo criminal, el auténtico criterio para apartar a alguien es que se trate de un comportamiento que ofenda a la sociedad… Y la pregunta es: ¿Hay algo que ofenda a la sociedad?

Ahí está Iglesias, que acaba de presentar una moción basada enteramente en la corrupción, o, para ser precisos, en la enumeración de la corrupción del PP… ¿pero qué sucede ante los casos que señalan a Podemos? Basta la reacción de Iglesias sobre los suyos implicados en asuntos turbios. De Echenique: «Ha sido un ejemplo moral». De Monedero: «Un ejemplo de honestidad como ningún político». De Rita Maestre: es «un ejemplo… no debe dimitir». De los dos concejales de Madrid: «Comportamiento ejemplar». Todo cargo de Podemos, por el mero hecho de ser de Podemos, es ejemplar incluso bajo la sombra de un escándalo.

Esto sucede, claro, porque la clientela de Podemos, como la clientela de cualquier otro partido, tolera todo lo que hagan los suyos por el mero hecho de que son los suyos. Y ese es el verdadero combustible de la corrupción.

En definitiva corrupto es quien vulnera las reglas del juego desde una posición ideológica rival. Si es de tu propio partido, entonces es víctima de una persecución política. Con el mismo hooliganismo del fútbol, se apuntan al #TodosSomosMessi o #TodosSomosCristiano disculpando incluso delitos repugnantes sencillamente porque es uno de los nuestros. A partir de ahí, el desastre: eso es, en sí mismo, una corrupción moral.

En definitiva, este no es un país de políticos corruptos, sino un país de corruptos. Lo demás ya va de suyo.

TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 24/06/17