Santiago González, EL MUNDO, 30/7/12
La ventaja de ser un vocacional de las farmacias es que está uno en condiciones de comprender fenómenos de la vida moderna como el copago. También le permite ensanchar el campo de sus relaciones y desarrollar, cita previa a cita previa y receta a receta, una tierna amistad con la médico de familia y con la farmacéutica del barrio. Estas mujeres son para mí el sustituto del confesor, un poco en la línea de Woody Allen en Sueños de un seductor. Su mujer, Susan Anspach, le pedía el divorcio: «Mi abogado llamará a tu abogado». «No tengo abogado», respondía él con desvalimiento. «Dile que llame a mi médico».
El caso es que yo ya copagaba. Cada vez que me he automedicado –actividad que no les recomiendo–, he pagado yo solo el 100% del medicamento. A ustedes les pasará igual cuando se hacen un empaste o les recetan gotas para la blefaritis, o cualquier otro lance sanitario-farmacéutico que no está cubiertos por la Seguridad Social.
También si son varones en esa edad incierta en la que, ¡ay!, la voluntad y las ganas de cumplir no constituyen garantía de éxito. En tales casos, el copago sería un sueño, aunque también puede recurrir a bienes sanitarios sustitutivos: un suponer, cambiarse de sexo, que todavía es gratis, según creo. Espada denunció atinadamente esta injusticia. O resignarse. Uno de mis jefes, cuyo nombre no diré, al entrar en la edad crítica formuló una muy pertinente jaculatoria: «Señor, ya que me has quitado las fuerzas, quítame también las ganas».
Pero cuando mi doctora me receta fármacos perfectamente honestos, lo que Sabina llamaría pastillas para no soñar, yo venía copagando el 40% de mis fármacos, sin que nadie, ni yo mismo, se rasgara las vestiduras.
El copago son los otros, ya lo dijo Sartre. Pero miren por dónde, el establecimiento del llamado copago ha requerido que los ordenadores de Hacienda y Sanidad cruzaran sus datos. El resultado de la operación son 150.000 difuntos tan vivos que siguen teniendo su tarjeta sanitaria y su capacidad de consumir fármacos de la Seguridad Social.
No se puede afirmar, dice el Gobierno, que todos los casos sean fraudes a la Sanidad pública, como tampoco se podía concluir categóricamente que todos los ERE andaluces sean de jubilaciones de gente que jamás ha trabajado en la empresa que lo presentaba o el portento de los recién nacidos y ya jubilados. «Los muertos a los que recetáis / gozan de buena salud», diría aproximadamente don Juan Tenorio.
La razón de que 150.000 españoles lleven esta vida de zombis es uno de esos misterios del alma española, tan inmortal. La causa de que hasta este mes no se le haya ocurrido a ningún Gobierno cruzar los datos de un Ministerio con los de otro es uno de esos portentos de nuestra Administración.
Otro día hablaremos de gentes de rentas altas que se hacen recetar amoxicilina para sus perros. Valle-Inclán quiso hacer unos episodios nacionales sobre la Corte de Isabel II y tomó el nombre del viejo barrio de París en el que los mendigos se fingían cojos y ciegos de día para recuperar la salud al llegar la noche. La verdad es que a nosotros no tenían nada que enseñarnos.
Santiago González, EL MUNDO, 30/7/12