Alberto Ayala-El Correo
Se puede ser desleal con el socio de coalición, y por partida doble, sin que ello tenga un coste? Se ve que sí. ¿Y seguir cambiando de opinión a conveniencia a costa incluso de dividir a los suyos? Parece que sí ¿E insistir en debilitar la reconciliación que tanto costó forjar en la Transición? También.
No todo es malo en la política española. Pero siguen sobrando muchos comportamientos. Se ha vuelto a ver esta semana, que nos deja varias conclusiones.
Que Pedro Sánchez haya tolerado a Pablo Iglesias la envolvente con Arnaldo Otegi sobre el posible apoyo de EH Bildu al proyecto de Presupuestos para 2021, y luego la enmienda con la izquierda abertzale y ERC sobre los desahucios, es una enorme muestra de debilidad. Suya y del PSOE.
Comprensible el enfado de ministras-os como Calviño o Campo. Y lógico el sarpullido en las filas del PSOE que han exteriorizado gentes de la ‘vieja guardia’ como Alfonso Guerra y los barones más críticos con Sánchez. La airada respuesta del secretario general a que esas críticas se hayan hecho públicas entraba en el guión. No tanto, por su altanería, las palabras de Adriana Lastra asegurando que ella escucha a sus mayores, pero que ‘ahora nos toca dirigir el partido a nosotros’.
El PSOE, como casi todos los partidos, siempre ha exhibido abundantes ramalazos verticales. Ocurrió con Felipe González y sucede ahora con Sánchez. Eso sí, antes al menos, había cierto debate interno. Ahora brilla por su ausencia.
El presidente -que no es, ni mucho menos, un izquierdista de manual- sigue en cambio dispuesto a casi todo, también a cambiar de criterio al gusto, con tal de seguir en La Moncloa. Eso incluye, según se ha visto, aguantar las impertinencias de Podemos y sus maniobras para que el Ejecutivo siga dependiendo de la mayoría de la investidura y no prosperen los intentos de entendimiento del PSOE y Ciudadanos.
Pero también normalizar a EH Bildu sin explicar por qué lo que ayer no era posible hoy sí lo es. La coalición abertzale está en las instituciones y puede votar lo que quiera. Cuestión distinta es negociar con los de Otegi cualquier asunto, sean los Presupuestos de Navarra -por segundo año- o los del Estado, como si fueran una fuerza democrática más, pese a que no han cumplido con el suelo ético que les exigió el Parlamento vasco en 2014.
Es comprensible que el PP lo critique, y con dureza. Lo es mucho menos que vuelva a jugar con la memoria de las víctimas para oponerse al acercamiento de presos etarras. La banda dejó de matar hace una década, anunció su disolución hace tres y la política de dispersión, tan útil en su momento, carece hoy de sentido.
Se ve que es pedir mucho a los de Casado, que el jueves ‘saludaban’ la nueva ley de educación -la octava de la democracia y con algún aspecto discutible- con otra escandalera de golpes en los escaños y gritos de ‘libertad’, como si estuviéramos en la Venezuela de Maduro. ¿Saben cómo sacó adelante el PP la norma anterior, la ‘ley Wert’? Sólo con sus votos. No es lo ideal, y menos hablando de educación, pero se llama democracia.