Jesús Cacho-Vozpópuli
Expectación ante la sentencia del procés que el Tribunal Supremo dará mañana a conocer y que, de acuerdo con lo adelantado ayer, condenará a los líderes independentistas por sedición (delito de orden público), pero no por rebelión (delito contra el orden constitucional). Parece que para los señores magistrados del Supremo declarar la independencia de una parte de España no es atentar contra la Constitución. La cobardía de nuestra clase dirigente, señores magistrados incluidos, no conoce límites. Queda por saber la reacción del universo separatista a partir de mañana, aunque es fácil imaginar. Y ello en el caldo de cultivo de un país sin Gobierno y con la clase política enfrentada a destajo en la pelea electoral por su personal condumio.
Con el alma en vilo en las filas del Partido Sanchista Obrero Español (PSOE). Las encuestas que en junio/julio pasado le auguraban 145 escaños y subiendo, se han quedado clavadas en el barro de los 123 y bajando. “El último track interno, de esta misma semana, les da apenas 118 y saben que van a caer más”, aseguran en una reputada firma del sector. ¿Pero, vamos a ver, ese Iván Redondo no era tan listo? ¿Y qué dice al respecto el maestro Tezanos? ¿Qué es lo que ha fallado? ¿Para esto hemos perdido medio año? En Moncloa y en Ferraz el mosqueo alterna con la perplejidad. Sánchez no despega. Y convertido en un saltimbanqui, el bello impostado viaja de ciudad en ciudad prometiendo el oro y el moro, convencido de que a la gente se le engaña con cuatro abalorios, visitando las plazas como los vendedores de crecepelo hacían antaño con sus carromatos, alabando la mercancía y equivocándose de pueblo… La izquierda no PSOE le ha tomado la matrícula y le ha adjudicado la responsabilidad de la ausencia de un Gobierno y la vuelta a elecciones, y parece dispuesta a hacérselo pagar. Como tantas veces hemos adelantado aquí, se confirma que el problema del PSOE se llama Pedro Sánchez.
Con 118 escaños y bajando, y con el envite del separatismo a la vuelta de la esquina dispuesto, ¿arde París?, a sumir Cataluña en el caos a partir de mañana mismo, con independencia de la calificación de los delitos de los líderes del procés y de sus penas. Una oportunidad de oro para Sánchez o su sentencia definitiva. Si el Gobierno en funciones gestionara adecuadamente la situación, podría remontar el vuelo y ganar las elecciones con cierta holgura. Si no lo hace, o se muestra medroso y/o complaciente con los sublevados, podría hundirse definitivamente. Estamos ante el dilema del prisionero. O ante una especie de 11-M redivivo, aquel drama que privó del poder al pastueño Rajoy para servírselo en bandeja al malhadado Zapatero. Todo dependerá del campo de batalla en que el separatismo pretenda, y pueda, convertir Cataluña a partir de mañana, y de la respuesta que el Gobierno sea capaz de dar a ese desafío. Sánchez necesita un milagro, un Prestige de urgencia al que aferrarse para remontar. Porque la momia de Franco no parece a estas alturas talismán bastante como para devolverle la prestancia perdida.
En Moncloa y en Ferraz el mosqueo alterna con la perplejidad. Sánchez no despega. Y convertido en un saltimbanqui, el bello impostado viaja de ciudad en ciudad prometiendo el oro y el moro
Situación muy distinta en el PP. “Estamos montados en la cresta de la ola”. Un entusiasmo un tanto engañoso, quizá incluso un espejismo en tanto en cuanto ese crecimiento procede de antiguos votantes que se fueron a la abstención y ahora regresan, porque lo cierto y verdad es que el partido de Pablo Casado no parece estar recuperando voto de Ciudadanos ni de Vox. “El PP crece, cierto, pero lo hace por el hundimiento de los demás, no porque él mismo genere un entusiasmo irrefrenable…” El electorado de Cs parece ahora mismo refugiado en la abstención, y en su mayoría se niega a regresar al PP, al menos de momento. Y ahí tiene el PP un problema evidente: el de un partido que sigue sin ofrecer a su antigua clientela ese perfil nítido de cambio que muchos le reclamaban tras el desastre que supuso la presidencia de Mariano. Algunos acontecimientos recientes parecen ahondar en la desconfianza de ese viejo votante que se niega a regresar a la casa del padre. Pongamos que hablo de Ana Pastor, esa especie de “Mariano con faldas” que inevitablemente apunta a la vuelta del marianismo a la sede de Génova.
En los predios de Casado explican la incorporación de Pastor como un golpe de genio e ingenio del palentino, que ha sido capaz de acabar con el debate interno sobre su liderazgo, cerrar filas en su derredor y poner fin a los “ismos” en el partido. La entrada de la lugarteniente de Mariano como número 2 por las listas de Madrid era, por otro lado, más que una necesidad casi un clamor tras el patinazo que supuso “lo” de Suárez Illana. “Ana es una mujer muy querida en el PP, cuya incorporación ha sido muy bien recibida. Casado se ha asegurado la paz interna. En cierto modo se ha blindado, y a un precio mínimo”. Mariano está ya tranquilo, y lo mismo cabe decir de Aznar, cuya pupila, Elvira Rodríguez, ha sido igualmente arrecogía en la misma operación. El sorayismo es ahora mismo una pintoresca anécdota, y Núñez Feijóo bastante tiene con lo suyo en Galicia.
La vuelta al “centro” del Partido Popular
Esas incorporaciones, con todo, han cobrado especial significación tras la decisión del líder del PP de sustituir a Cayetana Álvarez de Toledo por la propia Pastor en el debate electoral a cinco (mujeres) que La Sexta prepara para el 7 de noviembre. “Es otra buena finta de Casado: Ana va a parecer como la abuela de todas ellas, y va a evitar el riesgo de que Cayetana le alborote el gallinero a última hora”. Centrismo puro. Estamos, pues, ante una operación típica de partido, destinada a consolidar el poder de Casado y a “centrar” al Partido Popular, pero que cierra de alguna manera en falso la crisis abierta en la organización por el desastroso liderazgo del tándem Mariano-Soraya, una crisis que puso en fuga a casi la mitad de sus votantes y que, al menos de puertas afuera, parecía reclamar primero examen de conciencia, después autocrítica, y finalmente una cierta voluntad de regeneración sobre la base de nuevos liderazgos y nuevos postulados ideológicos de indiscutible talante liberal. Algo que no se advierte en este cierre de filas producido en Génova. Casado, por eso, tendrá que explicar muy bien que lo ocurrido estos días no supone una vuelta atrás, si quiere que ese votante de Cs que está dispuesto a refugiarse en la abstención vuelva algún día a confiar en el PP, y que ese otro que se ha ido a Vox y que está dispuesto a seguir votando a Vox, regrese a la casa del padre.
La derecha, pues, tiene un problema, y es que sigue estando lejos de poder formar Gobierno, acuerdos mediante, a pesar del impúdico espectáculo diario que Sánchez ofrece a los españoles en prime time
Todo pendiente, no obstante, de lo que a partir de mañana ocurra en Cataluña. Cataluña en plan estelar, muy por encima de la situación económica. La reacción del separatismo a la sentencia, y la respuesta que el Gobierno en funciones sea capaz de dar a la hora de preservar el orden público y hacer cumplir la ley. Los Torras aguardan el fallo expectantes, en la idea de que podría operar cual milagro de Lázaro capaz de devolver vida a un procés moribundo, que ha fracasado de forma evidente en los últimos intentos de sacar a la calle a las multitudes que antes le seguían de forma incondicional. Por encima de todo y de todos, se la juega Sánchez, un tipo que camina con una mano atada a la espalda a la hora de actuar con contundencia por culpa del PSC, su talón de Aquiles, la herida por la que sangran las contradicciones de este PSOE perdido para la causa de la unidad de España y la concordia entre españoles. La Generalitat catalana es irrecuperable en manos de un nacionalismo que cada día aumenta la apuesta y no deja pasar ocasión para poner de manifiesto su posición de abierta rebeldía contra la Constitución. Los paños calientes no han servido más que para envalentonar a los rufianes de toda laya, y mucho me temo que esta sentencia acobardada solo sirva para dar alas a un incendio que nuestra clase política parece incapaz de controlar.