ABC-IGNACIO CAMACHO

Septiembre será un frenesí de propuestas, presiones y postureo para abocarse mutuamente al vértigo del último momento

POR mucho que parezca, y lo parece, que Sánchez está trabajando –es un decir— sobre la hipótesis de la repetición electoral como salida más probable del atasco, existe una razón importante para pensar que acabará formándose un Gobierno de izquierda tras el verano, sea en forma de coalición, de cooperación o de compromiso programático. Y esa razón es la falta de garantías sobre el resultado de una votación en la que el electorado del PSOE y de Podemos puede acusar el hartazgo y penalizar con su abstención la incapacidad de ambos partidos para cerrar un pacto. En sentido contrario, la posibilidad de una reagrupación, siquiera parcial, del voto de la derecha introduce un factor de incertidumbre que no desdeñaría ningún estratega sensato. Y aunque el grado de contingencia sea bajo, la lógica más elemental aconseja aprovechar la oportunidad actual antes que exponerse a un descomunal fiasco. La sencilla recomendación popular del pájaro en mano.

La decisión final depende en gran medida de Pablo Iglesias, un político sobre el que nunca conviene anticipar una apuesta. Le encantan los gestos de audacia, las iniciativas por sorpresa, los raptos de temeridad que su soberbia presenta como supuestas jugadas maestras. Tampoco la palabra de Sánchez ofrece ninguna certeza; es sabido que todo lo que diga hoy es susceptible de sufrir mañana una revocación completa. Pero los dos son bien capaces de justificar con el mayor desparpajo la contradicción que mejor les convenga. Y pretextos tienen de sobra: la recesión en ciernes, el peligroso otoño catalán, la inconveniencia de arrastrar a los ciudadanos a otros comicios con carácter de segunda vuelta. Su autoconvicción de superioridad ideológica y ética evita explicaciones complejas: es bueno todo lo que ratifique la hegemonía de la izquierda. Saben que ante un desenlace feliz para sus aspiraciones ninguno de los suyos les reprochará incoherencia.

A partir de ahí, todo está abierto. También la eventual convocatoria a las urnas, por supuesto. Para ese caso, tanto socialistas como comunistas tratan de cargarse de argumentos que les permitan cargar sobre el rival la responsabilidad del bloqueo. En ese sentido, las tres primeras semanas de septiembre serán un toma y daca de propuestas, presiones y postureo para abocarse recíprocamente al vértigo del último momento. Sin embargo, también saben que una buena porción de sus bases no les perdonaría otro desencuentro, máxime después de haber visto cómo la derecha encontraba en las autonomías su propia vía de consenso interno. En julio, las dos partes eran conscientes de que quedaba por disputar el segundo tiempo; ahora el reloj decidirá por ellos si no logran ponerse de acuerdo.

Otra cosa es que al país, a su delicado contexto político y económico, le vaya bien esa alianza. Pero estamos hablando de un reparto de poder, no de los intereses de España.