Nacho Cardero- El Confidencial
El discurso de Sánchez arrastra un pecado original del que va a ser difícil desprenderse, que es el de un candidato cuya palabra se ha ido devaluando con el paso de los días
Pedro Sánchez no lo tiene fácil. Prueba inequívoca de ello fue la retahíla de aplausos y vítores con la que le arropó la bancada de la izquierda, recibimiento que recordaba al de Rajoy en sus peores momentos, cuando le cercaba la corrupción, y que en el lenguaje político se traduce como síntoma de debilidad, la debilidad de un candidato que recibirá el apoyo tácito de Junqueras y Otegi para ser investido presidente del Gobierno, los mismos a los que repudió en campaña, a los que amenazó con incorporar al Código Penal un delito para prohibir los referéndums ilegales y que ahora premia con una mesa de diálogo bilateral entre el Gobierno de España y el de la Generalitat.
El discurso de investidura de Pedro Sánchez arrastra un pecado original del que va a ser difícil desprenderse, que es el de un candidato cuya palabra se ha ido devaluando con el paso de los días, el de un futuro presidente cuya credibilidad se encuentra bajo sospecha.
Como enumeran con sorna en redes, ya no sabemos con qué Sánchez quedarnos, si con el candidato socioliberal del Ibex de las primeras primarias, si con el candidato punki anti-Ibex de las segundas, el candidato a presidente de Gobierno del «no es no», el presidente gracias a Podemos y los independentistas, el líder ‘rojísimo’ frente al trío de Colón en las primeras elecciones generales, el candidato electoral envuelto en la bandera española que nunca pactaría con secesionistas ni con Podemos de las segundas, o si con el Sánchez del debate de investidura que cita a Bertolt Brecht, hace coalición con Podemos, habla de conflicto político en Cataluña y, en nuevo alarde de desmemoria, garantiza a ERC una consulta. Sí, existe un Sánchez para cada español.
Sánchez sube un peldaño más al cuestionar a la Justicia, el único que se mostró firme cuando al Ejecutivo y Legislativo les temblaban las canillas
Pues bien, una vez ha quedado demostrado que el atril del Congreso de los Diputados lo aguanta todo y que, ora por despiste, ora por la necesidad de conformar un gobierno cuanto antes, la opinión pública muestra unas tragaderas dignas de estudio científico, el candidato ha probado suerte a subir un peldaño más de impudicia y cuestionar entre líneas el papel de la Justicia en el ‘procés’, el único de los poderes que se mostró firme cuando al Ejecutivo y Legislativo les temblaban las canillas. El déficit de neuronas en el Congreso comienza a resultar preocupante.
Se cuestiona a la Justicia, se ponen en duda las competencias de la Junta Electoral Central para inhabilitar a Torra y retirar el escaño de eurodiputado a Junqueras y se dispara con ráfagas contra el modelo de Estado actual aceptando como normal algo que no lo es. Lo diga Bertolt Brecht, el porquero de Agamenón o Donald Trump, quien aseguró en su día que podría “bajar y liarse a tiros en la Quinta Avenida” sin que los votantes le castigasen por ello. Posiblemente Sánchez sea, de entre los líderes nacionales, el que mejor ha sabido interpretar al presidente norteamericano, esto es, quien mejor ha sabido leer los movimientos telúricos que se están produciendo en la política actual.
La misma Justicia que le sirvió a Pedro Sánchez para llegar a La Moncloa gracias a la sentencia del caso Gürtel no sirve ahora para Torra y Junqueras.
No es que el PSOE padezca de ‘veletismo’. No es solo que haya dado por bueno el marco semántico del independentismo. Es que lo ha asumido como propio para luego defenderlo en público. “Necesitamos retomar nuestro diálogo político en el momento en el que nuestros caminos se separaron, retomar el diálogo político en el punto en el que los agravios comenzaron a acumularse y los argumentos dejaron de escucharse. Retomar la senda de la política dejando atrás la judicialización del conflicto”, decía Sánchez en el hemiciclo.
“En política se puede hacer de todo, menos el ridículo, pues bien, el ridículo de la Justicia española en los últimos meses ha sido exponencial”, parafraseaba a Tarradellas un tertuliano radiofónico para legitimar las palabras del candidato a presidente. La campaña se muestra nítida. El nuevo Gobierno remando a favor del independentismo. Alberto Garzón, futuro ministro, en Twitter.
No, Pedro Sánchez no lo va a tener fácil. Tampoco el partido que lidera. Cuando al principio de su intervención, el líder de los socialistas comenzó a reivindicar el papel del PSOE a lo largo de la historia (“es, como dicen sus siglas, un partido español, formado por compatriotas. Lo repito: un partido español, formado por compatriotas. Y se equivocan quienes ponen en duda el compromiso de la izquierda con España”), sus glosas no sonaban tanto a elogio como a obituario. En puridad, el Partido Socialista Obrero Español ya no existe como tal. Como tampoco existen los barones. Todos ellos han mutado. No paran de mutar a conveniencia de inventario. El libre desarrollo de las identidades nacionales. Ese dicen que es, a partir de este sábado, el nuevo mantra gubernamental.