Amaia Fano-El Correo

Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba, érase un pez espada muy barbado…». Los versos del famoso soneto de Francisco de Quevedo en los que el escritor del Siglo de Oro infiltrado en la Corte madrileña moralizaba sobre las pulsiones falsarias de quienes se mantienen en política a base de embustes, han venido a mi memoria a raíz de la visita de Pedro Sánchez a Euskadi, quien aterrizó el pasado fin de semana en la campaña electoral vasca dispuesto a intentar aliviar la inquietud de los militantes y votantes del socialismo vasco, tras haber conseguido el Ejecutivo de coalición que preside aprobar ‘in extremis’ una nueva ley de vivienda con el beneplácito y gran protagonismo de la izquierda independentista, lo que para algunos hace presagiar un posible nuevo escenario de alianzas con ERC y EH Bildu como socios preferentes en su apuesta por la reelección el próximo mes de diciembre.

Hasta por dos veces repitió el secretario general del PSOE en la entrevista concedida a EL CORREO que a su partido «le separa un abismo de Bildu», sin referirse expresamente a la violencia de ETA, cuyos rescoldos arden aún en la sociedad vasca a instancias del propio PSE-EE y de su socio de gobierno, el PNV, que –por razones no exentas de tacticismo político– se ocupan de mantener viva la llama de la memoria junto con el PP, negándose a cerrar el capítulo más negro de nuestra historia reciente hasta que no haya un reconocimiento explícito del daño causado por parte de los que durante años justificaron el terrorismo, en la confianza de que ello condicione, dificulte o impida al inquilino de Moncloa sucumbir a la tentación de explorar nuevas alianzas con una izquierda abertzale confiada en poder deshacerse del estigma de su ‘pecado original’ a base de impulsar medidas de carácter social en su nueva estrategia de ‘partido de Estado responsable’.

«Para mí hay una relación no solo histórica, sino estratégica con el PNV, que no tengo con Bildu», tranquilizaba el máximo líder socialista a sus correligionarios vascos que, en las últimas décadas, se han acomodado a los pactos de gobierno con los jeltzales, garantes de su presencia en las instituciones, y que no verían con buenos ojos que desde Ferraz se les instase a cambiar de caballo en mitad de la carrera, asegurándoles que «bajo ningún concepto» contempla gobernar con EH Bildu, como en su día dijo que no gobernaría nunca con Podemos, con esa volátil rotundidad que tienen las palabras de los políticos cuando están en campaña, en la que toda declaración de principios se supedita, en última instancia, a la advertencia de los hermanos Marx («si no le gustan estos, tengo otros»).

Oskar Matute (Bildu) lo explicaba con meridiana claridad: «No nos preocupa lo que diga Sánchez. Al Partido Socialista se le obliga a hacer. Todo depende de en qué medida sean determinantes o imprescindibles nuestros votos».