Editorial-El Correo
- Va a ser difícil que el presidente pueda eludir la presión del adelanto electoral si el proyecto de Presupuesto que ha comprometido encalla
El balance con que Pedro Sánchez despidió ayer el curso político, a la espera del último Consejo de Ministros de hoy y el despacho posterior con el Rey en Mallorca, no sorprendió por el triunfalismo que exhibió el presidente sobre la cabalgadura de los datos macroeconómicos frente a la erosión que soporta por las causas de corrupción y su debilidad parlamentaria. Sí lo hizo, en cambio, al oficializar el compromiso de que no solo sondeará a los grupos -y singularmente a sus socios- sobre su disposición a negociar los Presupuestos ya para 2026, sino que se arriesgará a presentar el proyecto como tal respondiendo así al mandato de la Constitución. Ese que Sánchez ha incumplido en lo que va de legislatura ante lo frágil, compleja y conflictiva que se viene mostrando la ‘mayoría puzle’ que le permitió ganar la investidura tras las elecciones de hace dos años.
Baste recordar que el jefe del Ejecutivo ni siquiera ha logrado ver aprobado el techo de gasto, la antesala de la propuesta presupuestaria, para este año, que ya se adentra en su segunda mitad con la polarización al límite y la actividad política e institucional atenazada por la pregunta de hasta cuándo durará el vía crucis del presidente. Que es lo mismo que hasta cuándo resistirá él, que tiene en su mano la convocatoria a las urnas.
Sánchez combinó el anticipo de que tentará a sus aliados con unas nuevas Cuentas con la reiterada afirmación de que agotará su mandato. Pero va a ser difícil que pueda sustraerse a la presión para precipitar las generales si no ejecuta su promesa o si -nada descartable- el proyecto presupuestario encalla. De ahí que sea una hipótesis posible que el presidente busque superar el verano tras la vía de agua abierta en la quilla de los socialistas por el ingreso en prisión de Santos Cerdán, con la confianza no tanto de que escampe como de ganar tiempo para intentar recomponerse y rehacer la maltrecha confianza de su electorado.
En su comparecencia, Sánchez volvió a solemnizar que «las legislaturas duran cuatro años». Eso es lo que él no ha podido cumplimentar desde que llegó al poder en junio de 2018; entre otras decisiones, porque medio año después llamó a las urnas por el veto del independentismo catalán a sus primeros Presupuestos. De ahí que esté preso del pasado y de su palabra presente. Y de la necesidad de justificar, más allá del voluntarismo, el re’sistir para qué.