Eduardo San Martín, ABC, 29/6/2011
Asistimos, pues, a un despliegue oratorio innecesario ante la indiferencia, cuando no la irritación, de una nación cuyas necesidades de calendario divergen cada vez con mayor amplitud de las de un gobierno que piensa, frente a lo que detectan las encuestas, que aún tiene margen para remontar.
Demasiado bien sabe la Nación en qué estado se encuentra. Así que el debate iniciado ayer en el Congreso habrá resultado, cuando concluya, tan intrascendente como siempre y tan inútil como nunca. Sólo las necesidades de calendario del candidato socialista justifican tan extravagante ejercicio discursivo, justo cuando un nuevo drama griego nos vuelve a situar en primera línea frente al pelotón de ejecución de lo que algunos llaman tenebrosamente «los mercados» y que no son sino aquellos a quienes acudimos presurosos a pedir prestado el dinero que permite mantener en funcionamiento el Estado; días que nos vuelven a recordar, por si fuera aún necesario, lo mucho que queda por hacer y lo poco que resta por hablar. Asistimos, pues, a un despliegue oratorio innecesario ante la indiferencia, cuando no la irritación, de una nación cuyas necesidades de calendario divergen cada vez con mayor amplitud de las de un gobierno que piensa, frente a lo que detectan las encuestas, que aún tiene margen para remontar.
Y puesto que las palabras se han agotado, la sesión tuvo el aire de lo ya oído, reiteración de la reiteración. Como era de prever, el presidente convirtió su última intervención del género en una oración fúnebre de sí mismo, una automoribundia justificativa que le pueda redimir ante el futuro, reprochando como siempre al PP su «falta de apoyo». Ignoró, también como siempre, las innúmeras veces que rechazó ese auxilio desde una autosuficiencia suicida. Hablando del pasado, lo hacía para la posteridad. La suya. Enfrente, Rajoy colocó a Zapatero ante el espejo de su propia ejecutoria y depositó sobre el pupitre presidencial la única de sus decisiones futuras que importa a los ciudadanos. Como ya es habitual, el presidente se creció en el castigo, pero a nadie interesa quien ganara esa esgrima sobre el pretérito. Todos habremos perdido tiempo y un poco más del futuro.
Eduardo San Martín, ABC, 29/6/2011