Juan Ramón Rallo-El Confidencial
- Si la inflación tiene causas más fundamentales, entonces en algún momento la Fed deberá dejar de simplemente amagar con dar y comenzar a dar
La Reserva Federal estadounidense tomó este pasado miércoles tres importantes decisiones en materia de política monetaria. La primera, que es la que ha copado la atención de la mayoría de los medios de comunicación, es aparentemente la menos comprensible a la luz de la situación macroeconómica que atraviesa el país: subir los tipos de interés tan solo desde el 0%-0,25% hasta el 0,25%-0,5% ante una tasa de inflación históricamente alta (cercana al 8% interanual) y ante una tasa de paro históricamente baja (por debajo del 4%). Si una parte de esa inflación está causada por el recalentamiento de la economía a que apunta la baja tasa de paro, no es verosímil esperar un enfriamiento de la economía manteniendo unos tipos reales gigantescamente negativos (de alrededor del 7,5%) y con solo un encarecimiento de la financiación de 25 puntos básicos.
Sin embargo, es precisamente aquí donde encajan las otras dos decisiones anunciadas ayer por la Reserva Federal: dos decisiones que apuntan a un más significativo endurecimiento de la política monetaria a lo largo del presente año. Así, por un lado, la Fed comunicó cuál era el tipo de interés que cada uno de sus miembros pretende que prevalezca a cierre de 2022: y la práctica totalidad de los miembros de la Fed quiere cerrar el año con unas tasas entre el 1,5% y el 2,5%. De hecho, el miembro más ‘paloma’ de la Fed aspira a concluir el año con unos tipos del 1,25% y el miembro más ‘halcón’, con unos del 3%. Dicho de otro modo, aunque este miércoles la Fed subiera muy tímidamente los tipos, a lo largo de los próximos meses pretende incrementarlos de un modo bastante más contundente: en nueve meses, asistiremos a siete nuevas subidas de tipos (si se termina el año en el 2%).
Este tono más contractivo de la política monetaria desde la perspectiva de los tipos de interés a corto plazo encaja, además, con la otra medida que también anunció (en realidad, preanunció) la Fed: en una próxima reunión (que no necesariamente en la próxima), se tomará la decisión de comenzar a reducir el tamaño de su balance (entre otros motivos, para que la factura total de sus gastos financieros no se dispare al incrementar los tipos de interés que abona sobre sus reservas), dejando de renovar los títulos de deuda pública que vayan venciendo, lo que contribuirá a incrementar los tipos de interés de largo plazo (pues los títulos de deuda pública que dejará de adquirir son pasivos a largo plazo). No solo tenderán a subir, pues, los tipos a corto, sino también los tipos a largo.
Así pues, los anuncios que efectuó el miércoles la Fed podrían describirse como ‘palabras de halcón, actos de paloma’. Un juego al que ya viene jugando desde hace unos meses porque le permite amagar sin terminar de dar: enseñar su armamento e incluso amenazar con usarlo, pero sin emplearlo efectivamente. Acaso confíe en que así logrará ganar tiempo —para ver si desaparecen algunos de los factores que impulsan al alza los precios, como los famosos cuellos de botella o la guerra en Ucrania— o quizá confíe en intensificar preventivamente la demanda privada de dólares, contribuyendo así a moderar la inflación sin restringir efectivamente las condiciones financieras. Sin embargo, si la inflación tiene unas causas más fundamentales —el exceso de gasto agregado, impulsado, en parte, por una política monetaria demasiado laxa—, entonces en algún momento habrá que dejar de amagar y comenzar a dar, es decir, en algún momento habrá que encarecer el coste de la financiación a corto y a largo plazo: si durante los próximos meses la Reserva Federal se salta el calendario que se ha autoimpuesto, entonces el problema de la inflación ya no vendrá solo de los cuellos de botella o del exceso de gasto agregado inducido por las políticas de estímulo, sino por la propia pérdida de credibilidad del banco central.