ABC 31/10/14
DAVID GISTAU
· Hay tal apetencia de romper con el pasado que en el PP comienzan a parecerse a Podemos
LAS visitas al Parlamento suelen ser más provechosas por lo que se conversa en los pasillos y/o bares que por lo que ocurre en el hemiciclo. Los debates son piezas teatrales, y las bancadas, por disciplina, fingen pasiones que no sienten, lo mismo en la adulación que en la cólera. Otra cosa es la conversación personal, una vez apartado el diputado de su manada como en la técnica de caza de las hienas que esperan con paciencia ante las familias de búfalos demasiado compactas hasta que uno vulnerable se despista o rezaga.
Estas charlas son un filón de anécdotas parlamentarias. Hace poco me enteré por un político veterano de que es habitual que el recuento de impactos de bala del 23-F se altere con las obras y reformas. A un presidente del Congreso de hace años le desaparecieron cinco perforaciones después de que unos operarios aplicaran una mano de pintura con la misma despreocupación que aquella limpiadora del Palace que borró un dibujo que Dalí dejó hecho en una pared de su habitación. Al parecer, antes de que la noticia trascendiera, el presidente envió a otro operario con un taladro para que volviera a hacer los agujeros. Más divertido, y fidedigno, habría sido darle una metralleta, aun asumiendo el riesgo de que el trabajador, al verse en el hemiciclo con un arma de fuego en la mano, sufriera una epifanía golpista.
Las charlas también permiten sondear estados de opinión políticos. En la más reciente, esta misma semana, me pareció significativa la desolación de buena parte de los diputados con los que hablé, en particular los del PP, más aludidos por la temperatura social que ha provocado la corrupción. También estaban impresionados por la encuesta del CIS, que saldrá el lunes pero que ya todo el cotarro conoce e interpreta, que señala a Podemos como el partido con más intención de voto directo: «El toro que lo ha de matar ya come hierba». Los diputados lo viven, con una claustrofobia de ir a quedarse emparedados en el final del régimen, como si en cualquier momento fueran a bajar unos barbudos de Sierra Maestra. No comparten con el periodista la esperanza de diversión depositada en el próximo Parlamento.