José Ignacio Calleja-El Correo

  • Los palestinos no existen, son los grandes olvidados, incluso de los países árabes

Imposible hacer una reflexión sobre la matanza de Hamás en Israel sin sentirse obligado a una condena con los adjetivos más crudos posibles. Evitar alguno de ellos o referirse a los males en plural es arruinar aquello de lo que se quiere hablar. Ha estallado la barbarie y punto. Se confunde, a mi juicio, el análisis más honesto con la condena más firme que se pueda concebir. No hay lugar, así, para las dos instancias, o se condena o se analiza; cualquier análisis equilibrado y con perspectiva de tiempo se ve como el intento de justificar una matanza de civiles inocentes. No hay ninguna justificación para lo que ha hecho Hamás pero, ¿no queda nada en lo que pensar y exigirnos?

No es verdad. Israel y Hamás no van a conseguir llegar a un acuerdo de alto el fuego por sí mismos y va ser necesaria la mediación de la comunidad internacional, pero ¿quién la hará? Porque, como voy a defender, el derecho a la legítima defensa es real; pero en ella, ¡como mínimo!, concurren unas condiciones que hay que preservar. Y el anuncio de Israel de entrar en Gaza a saco con el Ejército es una respuesta que excede a toda posibilidad de control de medios y fines de esa intervención. Eso es de antemano responder a la barbarie con otra barbarie. Este punto es vital tenerlo en cuenta para seguir hablando de justicia. No podemos aceptar una respuesta que de entrada advierte de que arruinará la justicia antes de embarrarse en la realidad.

Este doble polo de la cuestión moral, ¡de la cuestión moral por excelencia!, los límites del equilibrio para no arruinar la justicia al afrontar la realidad más sucia, es vital en los conflictos extremos. Elegir uno u otro vector, por separado, no es un buen discernimiento; advertir de antemano de que se exterminará a miles de terroristas, en una población de dos millones de personas que es un megacampamento de refugiados, no puede sino llamarse venganza masiva, barbarie. El terror combatido por el terror es inasumible.

Mi reflexión no está haciendo análisis de cómo hemos llegado hasta aquí, intentando explicar lo mil veces expuesto y otras tantas cuestionado. Esa historia hay que conocerla, pero no explica, y menos justifica, todo lo que ha vuelto a estallar. Quisiera fijarme en un aspecto que nos puede doler más a los europeos y que no podemos echarlo a un lado por la barbarie de Hamás -y espero equivocarme en que no haya habido respuesta bárbara de Israel cuando estas líneas aparezcan-: que el modo en que la comunidad internacional entra en la resolución ‘más justa posible’ de este conflicto nada tiene que ver con la justicia y la paz, o muy poco, sino con las estrategias de las potencias y sus objetivos de poder; atravesadas, a la vez, por las civilizaciones que las configuran, cierto. Es decir, no hay que olvidar los ingredientes ‘culturales’ en nuestras concepciones sobre la vida política y personal, pero este es un factor añadido a la diversidad de estrategias de poder entre las potencias hegemónicas y su propósito: primar en el mundo, solos o con otros, pero primar, dominar e imponer.

La prueba del caso es que todo el mundo occidental somos muy ajenos a Palestina y su problema de base, a la población más sencilla, gente como nosotros que aspira a vivir en su tierra, como un país más, y en paz; que también ve en Hamás otra barbarie, por más que, harta de su postración, no la condene. La contraprueba en que pienso la veo en otra experiencia que nos ayudará al examen. Las mismas sociedades que hemos salido en masa en favor de Ucrania no tenemos esa mano firme para Palestina en casi un siglo. Y lo mismo los demás países. Se ha constituido el polo ruso y, a su lado, los otros Estados silentes. Y en los dos frentes, todos alrededor de la misma aspiración: preservar la hegemonía propia o estar a su sombra en uno de los lados del mundo.

Y ahí Palestina no existe; es la gran olvidada, incluso de los países árabes; el caso de Marruecos, Egipto y Arabia Saudí lo demuestra. Y así, una y otra vez, estalla la barbarie de Hamás, congénita a su concepción del mundo, sí, la barbarie como arma de destrucción de ‘los enemigos’; y así perdura, y es muy importante el dato, el aprecio por Hamás de una juventud palestina que, sin un resquicio para la esperanza, asume su barbarie como cruel venganza: ‘Si nos ignoran por siempre, húndase el mundo aunque sea mediante la barbarie, pues no hay otra manera de que nos recuerden’. Es la tristemente famosa socialización del sufrimiento.

Una conclusión: si Israel entra en Gaza a sangre y fuego, la ‘estrategia’ de Hamás se habrá cumplido y todos los socios de Israel serán -seremos- como Hamás. Las reglas de Derecho Internacional, la proporción y la contención humana en el uso de la fuerza para defenderse siguen en pie siempre; y las obligaciones de justicia mínima las preceden; así son las obligaciones éticas; y las religiosas, más si cabe. No estoy culpando a Ucrania, ¡Dios me libre!. Solo digo: ¡qué claro se ve en ese caso lo que nos mueve cuando decimos ‘justicia para los pueblos’!