El nerviosismo preelectoral está originando movimientos torpes en la clase política. Con apartar a los acusados de sus cargos de responsabilidad no está todo hecho en un partido. Queda la responsabilidad política. Urkullu sabe que el PNV tendrá que dar explicaciones a la sociedad de lo que ha ocurrido con algunos de sus cargos en Álava.
Los casos de corruptelas (‘Gürtel’ para el Partido Popular en Madrid y Valencia y ‘De Miguel’ para el PNV en Álava) han disparado de repente el mercurio de los enfrentamientos partidarios mientras los sondeos de opinión hacen saltar la alarma. No hay corruptos que puedan eclipsar la preocupación por la tasa de paro en España pero, ojo a la tendencia, los defraudadores y delincuentes de guante blanco acaban perjudicando, aún más, la credibilidad de los partidos políticos.
En los sondeos de intención de voto, el PP sigue sacando ventaja al PSOE, pero ha perdido ya dos puntos de diferencia desde que la resistencia del ex tesorero Bárcenas a abandonar su puesto de mando y la inacción de Rajoy ocupara los titulares en las últimas semanas. Si además de la reacción tardía y renqueante de los responsables políticos (caso de Rajoy) la carga contra el adversario se utiliza de forma demagógica extendiendo el manto de la sospecha sobre toda la formación política afectada (caso de Leyre Pajín y José Blanco contra el PP) habrá que reconocer que el nerviosismo preelectoral está originando movimientos torpes en buena parte de la clase política. En algunos casos, incluso, lanzándose piedras sobre su propio tejado.
El apoyo que está dando el PNV al presidente Zapatero en el Congreso de los Diputados, lejos de incomodar a los socialistas vascos, contraría al Partido Popular porque, en cuanto la dirección deja volar a sus versos sueltos, circula el mantra de la «desconfianza» hacia el lehendakari. Sin ser conscientes, quizás, de que si ponen en cuestión la fiabilidad del Patxi López, están poniendo palos en las ruedas a su propio apoyo de legislatura al gobierno del cambio. No lo dice Basagoiti. Ni Alonso. Tampoco Barreda. Ni siquiera Oyarzábal, que tiene el corazón partido con el hecho de que el juez Garzón vaya a sentarse en el banquillo. Pero hay ruido. Leve aunque persistente.
Tanto que ha tenido que salir a la palestra el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren, que, en cuestión del manejo de los tiempos, se parece bastante a Mariano Rajoy. Y con quince días de retraso, quién más cree en la posibilidad de que Batasuna acabará por entrar en la senda de la democracia, apareció en la escena para disipar las dudas creadas en torno a una posible negociación entre ETA y el gobierno. No hay nada de nada.
Cuando las actuaciones individuales en los partidos son hábiles y favorecen a la propia formación, no son tenidas en cuenta, en buena lógica, por el adversario. Frente al ‘caso Gürtel’, la reacción de Antonio Basagoiti ha sido hábil pero en el último tiempo de su juego, ha cometido un error de bulto al equivocarse de destinatario de su dardo. Durante estas semanas, el presidente del PP vasco aludía a la dignidad y el sacrificio de los suyos en Euskadi en contraposición a los aprovechados que han utilizado al partido para lucrarse. Un argumento impecable que le había dado mucha fuerza. Pero ayer erró en la dirección. No se trata de que los burócratas del PSOE no puedan aguantar la mirada a un concejal del PP vasco (seguramente tampoco puedan con los concejales amenazados de su propio partido). Se trata de los que hasta ahora han sido los suyos. Ni Bárcenas ni Matas pueden sostener la mirada a ningún concejal PP del País Vasco. Eso es lo que tenía que haber oído Rajoy mientras deshojaba la margarita: que los populares del País Vasco y los Bárcenas o Matas no cabían en el mismo partido.
En Álava, los acusados del PNV de blanqueo de capital y corrupción, reaccionaron de inmediato apartándose del partido para no dañar la imagen de la formación, lo que le ha permitido al presidente de los nacionalistas vascos, Iñigo Urkullu, ponerse como el ejemplo contrario a la postura adoptada por el Partido Popular. Entre otras cosas, y sobre todo, porque ya le costará lo suyo tener que explicar qué pasó con los acusados que ocuparon cargos en la Diputación alavesa en el caso de que la Justicia siga un ritmo similar al del ‘caso Gürtel’ y nos encontremos, por ejemplo, con un sumario filtrado en plena campaña de elecciones municipales y forales.
Pero con apartar a los acusados de sus cargos de responsabilidad no está todo hecho en un partido. Queda pendiente la responsabilidad política. Y Urkullu sabe que el PNV tendrá que dar explicaciones a la sociedad de lo que ha ocurrido con algunos de sus cargos en Álava. Tal como está el panorama no es de extrañar que a Miquel Roca, padre de la Constitución y retirado ya de la política activa, le preocupe más la justicia en España, por su grado de politización, que la corrupción en casos aislados.
Esta semana el juez Garzón volverá a abrirse paso entre los titulares porque tendrá que declarar ante el tribunal supremo por otra de las 3 querellas que tiene admitidas a trámite. Si los partidarios de que este juez no se siente en el banquillo han sostenido que Garzón es víctima de una persecución política, ¿qué dirán cuando el juez tenga que dar cuenta sobre su no abstención o inhibición a la hora de rechazar una querella contra el presidente del banco que financió sus conferencias en Estados Unidos?
Tonia Etxarri, EL CORREO, 12/4/2010