Óscar Monsalvo-Vozpópuli
  • Ni se plantean que el daño no lo produce el chaval con su denuncia, sino los periodistas y políticos que tratan cualquier denuncia y cualquier agresión como munición ideológica

«Pero llega un domingo por la tarde y lo hacen. Uno ha comprado ocho pasamontañas, uno por cabeza. Y han salido a la calle a plena luz del día. Así de impunes se sienten. Y han ido a Malasaña, que allí seguro que encuentran a un maricón. Y se han fijado en uno que camina solo con su móvil. Y han ocultado su rostro, como hacen los cobardes, y se han lanzado sobre él. Le han metido en un portal y le han partido el labio de una hostia. Unos le agarran. Otros vigilan que nadie se acerque, que nadie baje por las escaleras. Y le bajan los pantalones. Y el chico llora y grita y trata de golpear, de despertar, de ser otro, pero no puede, no le dejan, porque ocho hombres han decidido que tiene que pagar por ser quién es. Y le bajan los calzoncillos. Y le llama maricón, pero esta vez siente que no le basta con decirlo, porque el placer del insulto es demasiado efímero. Y saca una navaja. Y todo ese odio se transforma en sangre».

Lo anterior es un párrafo de un artículo que elDiario.es decidió publicar el martes pasado, y que poco después decidió eliminar. La noticia sobre la supuesta —pero ante todo brutal— agresión homófoba se había publicado el lunes; el martes ya teníamos en parte de la prensa detalles tan precisos como los que se aventuraban a dar en elDiario.es; y el miércoles la brutal agresión homófoba ya no era ni brutal, ni homófoba ni agresión. Durante dos días los medios habituales se entregaron a algo que por desgracia es ya una práctica habitual: el engorde de la noticia. Cuando se cometen estas prácticas hablamos de precipitación, de ausencia de filtros y de verificación; somos demasiado benévolos o demasiado ingenuos. La precipitación puede llevar a un error, pero esto no tiene nada que ver con la incompetencia, sino con una competencia muy concreta: el activismo.

El martes ya había periodistas y políticos que sabían no solo que el hecho se había producido, sino incluso quiénes eran los verdaderos culpables

En el caso de la semana pasada nuestros activistas no se limitaron a informar sobre una denuncia como si se tratase de un hecho probado, sino que además le añadieron todos los elementos necesarios para poder convertirla en manifiesto. Un periodista profesional habría sido prudente a la hora de informar sobre el suceso, entre otras cosas porque el suceso era, en ese momento, una mera declaración. Pero el martes ya había periodistas y políticos que sabían no solo que el hecho se había producido, sino incluso quiénes eran los verdaderos culpables de una agresión que había comenzado a investigarse unas horas antes.

Tengo que volver a citar el mismo artículo del comienzo, al que añado unas negritas.  

«Los asesinos de entonces eran los mismos de hoy, pero con otras caras y otras armas. Y si no hacemos algo inmediatamente, habrá más víctimas. Como Federico. Como Samuel Luiz. Como tantos otros que estamos en peligro de muerte porque nos hemos convertido en objetivo de un grupo de terroristas. Porque eso es lo que son: un grupo organizado y uniformado que planea la eliminación de un grupo de personas, amparado por un partido político que los legitima. Y empieza a ser hora de que se los trate como tales. Rompamos las ventanas y empecemos a señalarles como lo que son».

Adaptar la realidad

Un grupo de terroristas que planea la eliminación de un grupo de personas, amparado por un partido político que los legitima. Y no habla del País Vasco, sino de Madrid; del País Vasco habló Iñaki López en su programa en una curiosa analogía, pocos minutos después de conocer que no existió la agresión que llevaban horneando un par de días, y para continuar con el establecimiento de culpas, que había que mantener a pesar de todo: «Imaginémonos si hay un partido en Euskadi que cuando ETA está matando en los años de plomo quiere condenar todas las violencias, sin especificar». La imaginación, siempre. Es la facultad que permite añadir lo que no existe y borrar lo que existió —ya sean los homenajes o Herri Batasuna— para poder adaptar la realidad a los sesgos y las preferencias particulares.

El compañero inseparable del periodismo imaginativo es el exhibicionismo sentimental. El miércoles, los lamentos por el daño que un partido político había causado a un chaval ya se habían convertido en lamentos por el daño que el chaval, el partido político y en general los negacionistas iban a causar al colectivo, aprovechando la agresión falsa. Ni un amago de autocrítica. Ni se plantean que el daño no lo produce el chaval con su denuncia, sino todos los periodistas y políticos que tratan cualquier denuncia y cualquier agresión como munición ideológica.

Se habla de Madrid como paraíso de la enfermedad y como infierno fascista, de que sus calles no son seguras para las mujeres, incluso de cuchillos que envía la ultraderecha en campaña electoral

A quien debería dañar este episodio es precisamente a esta manera de entender el periodismo y la política, que deforma la realidad para convertirla en una campaña perpetua. A la mentalidad del yo sí te creo, que en el fondo significa que solo creen, ciegamente, en la causa. Debería llevar al abandono de esta mentalidad, pero no lo hará, porque llevamos mucho tiempo conviviendo con este fenómeno y lo conocemos bien. Hace algunos años los niños en España se morían de hambre y sus padres de frío; ahora ya no se habla de terrorismo energético sino del nuevo récord en el precio de la luz, que tiene un punto olímpico, de autosuperación. Se habla, en cambio, de Madrid como paraíso de la enfermedad y como infierno fascista, de que sus calles no son seguras para las mujeres, incluso de cuchillos que envía la ultraderecha en campaña electoral. Hay que hablar mucho, de muchas cosas a la vez, porque los datos están ahí para arrojar la dimensión real de todas estas preocupaciones impostadas y lo importante es conservar el miedo e identificar a los culpables.

La semana pasada hubo otro episodio que ilustró a la perfección el clima de énfasis moral y arrebato apocalíptico en el que nos han instalado. «Sé que Madrid ha dejado de ser un espacio seguro para muchas personas», afirmaba una escritora al comienzo de un tuit; a continuación invitaba a sus lectores a cruzar las mortales calles madrileñas para que se acercaran a las casetas en las que iba a estar firmando libros. Porque sus libros son refugio. 

Y porque al final es lo de siempre.