Una vez apagado el ruido provocado por la original moción de censura contra Pedro Sánchez presentada por Vox y protagonizada por Ramón Tamames, es interesante examinar el panorama que esta sesión parlamentaria ofrece de cara a las próximas elecciones municipales y autonómicas de mayo y posteriormente a las generales de diciembre. Veamos qué se prefigura a la vista de lo sucedido el martes y el miércoles pasados, en el espacio de la izquierda, por una parte, y, por otra, en el de la derecha.
El presidente del Gobierno ha aprovechado el escenario que le brindaba la moción y la gran expectación suscitada por la nada convencional forma en que ha sido planteada, para entronizar a Yolanda Díaz como su compañera de ticket electoral al estilo americano, él de cabeza de cartel y ella de acompañante. Esta puesta de largo de la ministra de Trabajo del brazo de Sánchez ha sido una clara maniobra de reforzamiento de su pareja de baile frente a Podemos, con el fin de asegurarle a Díaz el puesto de mando de Sumar y de diluir en el seno de esta plataforma a la formación morada. Sin embargo, el inquilino de La Moncloa no ha calculado bien este movimiento porque no ha tenido en cuenta quién decide de verdad en Podemos y cuál es su concepto de la política.
Pablo Iglesias, que es quien mueve los hilos de su invento, jamás va a permitir que Podemos pierda la hegemonía de la izquierda. Esta fracción del electorado la considera suya y no dejará que nadie se la arrebate y menos una persona a la que él designó para sucederle en la vicepresidencia del Gobierno y en la candidatura para las elecciones generales. Para Iglesias lo esencial es disponer de un instrumento bien engrasado y con capacidad de movilización social. Ha tenido ocasión de probar la vía institucional para tomar el cielo y ha fracasado en el intento, lo que sin duda le ha reafirmado en su natural inclinación por la senda revolucionaria.
No cederá si no consigue el pleno dominio en el seno de Sumar y optará por una candidatura separada de Podemos, aunque este desgajamiento suponga que el bloque PSOE-Sumar-separatistas pierda la mayoría. De hecho, si no eligió a Irene Montero como su sucesora fue porque el escándalo hubiera sido mayúsculo y probablemente Podemos no lo habría resistido.
Pablo Iglesias, que es quien mueve los hilos de su invento, jamás va a permitir que Podemos pierda la hegemonía de la izquierda
Pasemos al PP. La estrategia de Feijóo es diáfana y consta de dos planes, A y B. El plan A consiste en ganar posiciones frente al PSOE en mayo, incrementando significativamente su poder municipal y autonómico, sentando así las bases para ser la fuerza más votada a final de año, de tal manera que junto a Vox reúna más de 175 escaños. Una vez en esta posición preeminente y Sánchez dimitido como secretario general del PSOE por su derrota, intentará entenderse con la nueva dirección socialista que tendrá previsiblemente un carácter sensato -García Page, Lambán, Fernández Vara o alguien de ese estilo- y se mostrará dispuesta a dejarle gobernar en solitario a cambio de pactar un programa de tintes socialdemócratas y de acordar los grandes temas de Estado, educación, pensiones, deuda, política exterior, reformas institucionales…
Esta opción, además, le garantiza al presidente del PP paz en la calle. No hay que olvidar que Feijóo pertenece a la escuela de Rajoy y detesta los líos. La perspectiva de una España en pie de guerra con los sindicatos, la Academia de Cine, los movimientos woke, los secesionistas, los medios de comunicación “progresistas”, las hordas podemitas y las redes sociales atizando todos los días a un Ejecutivo PP-Vox y multiplicando las huelgas, las algaradas y los contenedores ardiendo, le aterra y, por tanto, procurará evitarlo.
Si le falla el plan A porque el PSOE post-Sánchez no se preste a la componenda y lleve a cabo una oposición frontal, entonces le quedará el plan B, el Gobierno de coalición con Vox y que sea lo que Dios quiera. Por supuesto, existe un plan C, pero depende de un golpe de suerte. Si Feijóo obtuviese un número de diputados superior a todas las posibles combinaciones Frankenstein, entonces Vox no tendría más remedio que abstenerse y dar paso a un Gobierno monocolor del PP porque la posibilidad de entregar el país a la izquierda no la contempla Abascal ni ningún votante de Abascal.
Estas son, pues las incógnitas que las urnas despejarán en lo que queda de legislatura. A la luz de este análisis, que cada elector haga sus cálculos, pondere sus intereses, ponga en la balanza sus principios y controle sus emociones. En cualquier caso, sean cuales sean sus simpatías políticas, que no olvide que si Sánchez gobierna otro cuatrienio ya no deberá preocuparse más por el destino de España, por la sencilla razón de que no habrá España por la que velar.