Ignacio Varela-EL CONFIDENCIAL

  • Si Bildu ha ingresado con todos los honores en la familia Frankenstein, el patrón de esa tribu se merece una foto oficial con el jefe de la familia

“Personas damnificadas a consecuencia de las acciones de nuestra militancia del pasado”. Así es como los verdugos de ETA que permanecen en las cárceles definen a sus víctimas. No es difícil imaginar las decenas de horas de discusiones que habrá consumido la elaboración del cínico texto. Discusiones entre los presos y también entre ellos y sus corresponsales políticos en la dirección de Bildu y en el Congreso de los Diputados. No crean que es tan sencillo escribir sobre una matanza ejecutada durante 50 años esquivando las tres palabras clave: terrorismo, asesinatos y víctimas. 

Tampoco es difícil imaginar la gestación política del documento. Vísperas de los presupuestos. A un lado de la línea, Bolaños, ministro para todo. Al otro, Aizpurúa, hoy portavoz parlamentaria de Bildu y antaño señaladora de objetivos para los matarifes.

—Merche, me dice el presidente que tenéis que arreglar esto de los homenajes. La derecha nos está abrasando y nuestra gente está muy inquieta. Sobre todo los barones, que tienen las elecciones a la vista.

—Ya, Félix, pero tenéis que comprender nuestra situación. La gente tiene ganas de recibir a nuestros presos por todo lo alto. Bastante nos está costando que entiendan todo lo que hacemos por vosotros en Madrid.

—¿Y lo que nosotros hacemos por vosotros? Os estamos convirtiendo en gente respetable y tenemos al PNV encabronado. Oye, bastaría con un comunicado vuestro despegándoos de los ‘ongi etorri’.

—Bueno, no te prometo nada, pero hablaré con Arnaldo, a ver qué se nos ocurre. Saludos al presidente.

—Félix, buenas noticias. Hablé con Arnaldo y hemos encontrado la mejor solución. No seremos nosotros quienes paren los ‘ongi etorri’, lo harán los propios presos. Ya hemos transmitido la consigna a los que están dentro, en cuanto tengamos el texto te lo hago llegar para que lo mováis en vuestros medios allí. 

—Estupendo, se lo digo al presidente. Gracias por todo, Mertxe, seguimos hablando.

Aparentemente, nada especial: una conversación normal entre dos aliados políticos, intercambiando favores. Hoy por ti, mañana por mí. Normal… si no se tratara de una sociedad de auxilios mutuos entre el Gobierno de España y los albaceas testamentarios de una banda terrorista con cerca de 1.000 asesinatos en su haber.

Los hechos de los últimos días ponen de manifiesto dos realidades políticas que no por conocidas dejan de ser relevantes. La primera es que la alianza política entre el partido de Sánchez y el de Otegi se ha hecho formal y estable. Cuando alguien te vota una investidura y dos presupuestos, además de casi todo lo que presentas en el Parlamento, ya no se trata de una aventurilla para salir de un aprieto, sino de un matrimonio en toda regla. Finalmente, se consumó el proyecto de Iglesias de “incorporar a ERC y a Bildu a la dirección [léase destrucción] del Estado”. 

Además, se ha vuelto a poner de manifiesto que Otegi tiene mando directo en lo que queda de ETA. Nadie puede creer que esa iniciativa naciera en las celdas: “Por favor, no nos recibáis tan bien, mantengamos la discreción, que los familiares de aquellos a quienes asesinamos son muy susceptibles y pueden molestarse”. 

Antes, ETA daba las órdenes y su brazo político las obedecía. Ahora, Bildu marca la política y los residuos de ETA la aplican en la parte que toca 

El documento contiene un mensaje importante para el mundo ‘abertzale’: antes, ETA daba las órdenes y su brazo político las obedecía. Ahora es al revés: Bildu marca la política y los residuos de ETA la aplican en la parte que les toca. En todo caso, sigue existiendo una criatura bifronte que actúa coordinadamente y cuyo punto de conexión tiene nombre y apellidos. Cuando en ese complejo mandaba el brazo militar, Otegi tomó la Parabellum y el pasamontañas. Cuando pasó a mandar el brazo político, se vistió de paisano. Cuando hubo que negociar la rendición, logró que lo llamaran “hombre de paz”. Y ahora que le han dado la ocasión de mangonear nada menos que el Gobierno de España, va por la vida con ademanes de estadista. 

Lo difícil viene cuando se conectan ambos hechos. Si, como acaba de demostrarse, Bildu se ha consolidado como una pieza esencial de la mayoría de gobierno y a la vez acaba de demostrar que su relación con ETA sigue siendo tan íntima como para ordenar a los terroristas presos que renuncien a sus propios homenajes, aquí se necesita una explicación —que nadie dará, porque si lo explicaran sería aún peor— o, en su defecto, una foto que consagre el contubernio.

Me temo que esta vez alguien ha engañado a los enviados monclovitas. Que el papel pactado como anexo a las capitulaciones matrimoniales lo firmen los etarras presos delata mucho más claramente lo impúdico de esa relación que si lo hubiera hecho Bildu. 

El discurso justificatorio de esa alianza descansa sobre dos proposiciones engañosas: que Bildu es un partido legal, lo que lo habilitaría como interlocutor legítimo para cualquier trato, y que si es posible pactar con la extrema derecha como hace el PP también tiene que serlo pactar con la extrema izquierda. 

Lo primero se desmonta por sí mismo. El hecho de que un partido sea legal no lo hace admisible —y mucho menos deseable— como socio. El segundo argumento es aún más falsario. Lo que singulariza a Bildu no es su ideología de extrema izquierda, sino su vínculo operativo con una banda terrorista, que acaba de volver a mostrarse. Incorporar a una mayoría de gobierno a uno o varios partidos extremistas es solo una decisión política insensata, una más. Pero hacerlo con una organización ligada al terrorismo y dirigida por quien siempre actuó como su testaferro conlleva un ilícito moral absoluto.

Si Bildu ha ingresado con todos los honores en la familia Frankenstein, el patrón de esa tribu se merece una foto oficial con el jefe de la familia. También la merece la sociedad española, para que todo quede definitivamente claro. Otegi ha conseguido que los etarras renuncien a su ‘ongi etorri’, pero ahora es Sánchez quien debe hacer a Otegi el ‘ongi etorri’ que se ha ganado: recibirlo en la Moncloa, mostrarle la fuente de Guiomar y el subterráneo donde se gestionan las crisis (por ejemplo, las antiterroristas) y agasajarlo como ha hecho con el resto de sus aliados.

 Y si a alguien en el Partido Socialista se le cae la cara de vergüenza, que hable ahora o calle para siempre; pero, por favor, que dejen de hacer asquitos para después engullir el brebaje tóxico sin rechistar.