EDITORIAL ABC – 02/01/17
· No hay duda de que para recuperar la seguridad en Europa el paso previo es pacificar Siria e Irak, estabilizar la región y dejar Daesh reducido a escombros.
Aunque la autoría del atentado contra el club Reina, en Estambul, no está confirmada, el asesinato de 39 personas en su interior a manos de un sujeto armado con un fusil de asalto sume de nuevo a Turquía en la incertidumbre y la tensión terrorista. El crimen se produce cuando Turquía se está afianzando como la principal potencia regional, junto con Irán, y como el aliado necesario tanto de Occidente como de Rusia para combatir a Daesh. Este papel protagonista de Turquía lo sitúa entre las prioridades del yihadismo terrorista, cuyos atentados compiten en crueldad con los del terrorismo kurdo.
Hace pocos días, el líder del llamado Estado Islámico alentó nuevos atentados en Turquía. El de Año Nuevo en Estambul podría ser la respuesta al llamamiento de Abu Bakr al-Baghdadi. Es evidente que el lugar del atentado reúne todas las fobias de los integristas islamistas, como la sala Bataclán: diversión y música, vida secular, convivencia de hombres y mujeres.
El problema para la seguridad de los países comprometidos en la lucha contra Daesh es que los ataques de esta organización terrorista seguirán produciéndose a largo plazo, porque su ejecución oscila entre la sofisticación de los ataques sincronizados en París, en noviembre de 2015, y la letal sencillez de las masacres de Niza y Berlín. Si la autoría del atentado de Estambul correspondiera al terrorismo kurdo, su carácter más interno y nacionalista no lo desconectaría de las amenazas globales a la seguridad de la región, sino que las complicaría porque supondría mantener abierto un frente terrorista en paralelo a la participación activa de milicias kurdas contra Daesh, apoyadas por Occidente.
Ante este tipo de atentados, las sociedades democráticas vuelven a enfrentarse al difícil dilema de aumentar la seguridad sin reducir la libertad. Es evidente que la amenaza yihadista es de tal envergadura que el discurso de las libertades democráticas debe asumir como necesaria, y por su propia supervivencia, la aplicación de mayores niveles de prevención policial en actividades cotidianas e inocuas, que, por serlo, son las elegidas por los terroristas (pasear junto al mar en Niza, comprar en un mercadillo de Navidad en Berlín, asistir a un concierto en París o tomar un tren para ir a trabajar en Madrid).
Los intereses particulares en el desenlace de la guerra en Siria no deberían seguir entorpeciendo la colaboración de las grandes potencias y de sus aliados en la pacificación del país y en la derrota absoluta de Daesh. No hay duda de que para recuperar la seguridad en Europa el paso previo es pacificar Siria e Irak, estabilizar la región y dejar Daesh reducido a escombros.
EDITORIAL ABC – 02/01/17