ARCADI ESPADA, EL MUNDO – 23/08/14
· No he tenido fuerzas para ver el vídeo del asesinato del periodista americano James Foley. No sé por qué: yo no pregunto. He visto varios vídeos de decapitaciones.
Ya sabes que verlos me parece un acto moral, y que es mi obligación. Pero hasta ahora no he podido con este. Quizá cuando me decida ya nadie se acuerde de Foley. Es probable que haya gente en mi situación. El periodismo se inventó para gente en mi situación. Que por la razón que sea no pueden estar en el lugar de los hechos. Un lugar principal de los hechos es hoy la cámara: la decapitación de Foley no ocurrió en un lugar del desierto sino en el objetivo de una cámara. El periodismo debe ir ahí, porque el periodismo media.
Esa mediación, que la puerilidad circundante niega en tantos ámbitos de la vida, es una condición de la democracia y por tanto una condición del más alto sistema de vida que los humanos se hayan dado. La mediación es antagónica a la decapitación. Cuanta más mediación haya entre el asesino y su víctima, mayor civilización. Por eso Auschwitz es más civilizado que Ruanda. Y un drone asesino más civilizado que el lento cuchillo que rebana el cuello de Foley como si fuera jamón.
He visto mucho periodismo que se ha prohibido exhibir el vídeo, sus 4:30. Pero no he visto que haya ido hasta allí con ese instrumento de la verdad y de la piedad que son las palabras. Sí, el periódico sirve para envolver. Incluso pescado. Yo he enviado a Verónica Puertollano.
Se abre el foco: «A Message to America», blanco sobre negro. Luego un texto en árabe y en inglés: «Obama autoriza operaciones militares contra el Estado Islámico colocando a América en una pendiente resbaladiza hacia un nuevo frente de guerra contra los musulmanes». El ruido de un micro que se enchufa a la corriente. Distorsión de la imagen. Obama va a hacer un anuncio. Efecto artificial de película picada. Subtítulos en árabe. Obama anuncia operaciones militares en Irak. Imágenes de satélite en blanco y negro: «Agresión estadounidense contra el Estado Islámico». Una explosión. Una mancha blanca llena la pantalla. Fundido en negro.
De nuevo: «A Message to America». En el desierto, James Foley, rapado, fácilmente reconocible, está de rodillas. Lleva una camisola naranja guantánamo donde han prendido un micro de corbata. A su lado, de pie, un encapuchado. Foley habla a la cámara. «Pido a mis amigos, familia y seres queridos que se levanten contra mis verdaderos asesinos, el gobierno de Estados Unidos, pues lo que me va a ocurrir es el resultado de su complacencia y criminalidad.»
El plano va alternándose con uno más corto, con Foley ligeramente de perfil. Durante unos segundos la pantalla se divide. A la izquierda, una foto suya con ropas de camuflaje. A la derecha, sigue hablando a la cámara. «Un mensaje dirigido a mis queridos padres: guardad algo de dignidad y no aceptéis una pequeña compensación por mi muerte de la misma gente que ha puesto el último clavo en mi ataúd con su reciente campaña aérea en Irak. Pido a mi hermano John, que es miembro de las fuerzas aéreas americanas: piensa en lo que estás haciendo. Piensa en las vidas que destruyes, incluyendo las de tu familia. Te lo pido a ti, John. Piensa en el que ha tomado la decisión de invadir Irak hace poco, y de matar a esas personas, sean las que sean. Piensa, John. ¿A quién matan de verdad? ¿Pensaron en mí, en tu familia, cuando tomaron esa decisión? Morí ese día, John. Cuando tus colegas lanzaron la bomba sobre esa gente, firmaron mi certificado de muerte. Desearía tener más tiempo. Desearía tener la esperanza de la libertad y ver a mi familia otra vez. Pero ese barco ya ha zarpado. Supongo que, a fin de cuentas, desearía no ser americano.» Una mancha, probablemente de sudor, en el pecho.
(Elipsis).
El encapuchado posa el puño izquierdo en la espalda de Foley. En la otra mano sostiene un cuchillo. Dice en inglés: «Este es James Wright Foley» (lo señala con el cuchillo). «Un ciudadano americano, de vuestro país» (apuntando a cámara con el cuchillo). Foley mantendrá erguida la cabeza durante todo el speech del encapuchado, sin dejar de mirar al frente, con los párpados un poco apretados, quizá por el sol.
«Como gobierno, habéis encabezado la agresión contra el Estado Islámico. Habéis conspirado contra nosotros y os habéis esforzado mucho para encontrar razones para interferir en nuestros asuntos. Hoy, vuestras fuerzas aéreas (apuntando con el cuchillo) nos atacan diariamente en Irak. Vuestros ataques han causado muertes entre musulmanes. Ya no lucháis contra una insurgencia. Somos un ejército islámico (levanta el cuchillo, amenazador) y un estado que ha sido aceptado por un gran número de musulmanes en todo el mundo. Así que cualquier agresión contra el Estado Islámico es una agresión contra los musulmanes de todos los sectores de la sociedad que han aceptado al califato islámico como su líder. Así que cualquier intento tuyo (apunta a la cámara con el cuchillo), Obama, de negar a los musulmanes su derecho de vivir con seguridad bajo el califato islámico, acabará en un baño de sangre de tu pueblo.»
(Elipsis)
El encapuchado se coloca detrás de Foley, que murmura algo. Tal vez «Oh my…». Su asesino lo agarra por la mandíbula, tapándole la boca, y con movimientos frenéticos comienza a serrar el cuello de Foley, que se echa hacia atrás. Fundido en negro. Se escucha un gruñido ahogado, sostenido, un borboteo.
(Elipsis).
Silencio. La cámara se desplaza lentamente por el cadáver. Está tumbado boca abajo, descalzo, con las sandalias cerca de los pies. Un charco de sangre bajo el muñón del cuello. Han colocado la cabeza cortada sobre su espalda, que se apoya sobre las manos esposadas. La cara está llena de sangre. Y sus ojos cerrados. Fundido en negro. Aparece de nuevo el asesino, que agarra por detrás la camisola naranja de un hombre. Es Steven Sotlof, otro periodista americano.
ARCADI ESPADA, EL MUNDO – 23/08/14