Mientras existan vecinos que no saluden a las viudas de los asesinados por temor a represalias, quedará mucho por hacer en el País Vasco. No se limita todo a que ETA deje de matar. Nos tenemos que desintoxicar. Hay que reeducar a las nuevas generaciones para que superen el clima de odio. De ahí la importancia del recuerdo y de los homenajes.
El homenaje que el Congreso de los Diputados rindió ayer a las víctimas del terrorismo, en un acto solemne presidido por los Reyes, vino a saldar la deuda contraída por todos los partidos democráticos con los que sufrieron el zarpazo de ETA. Porque los partidos, demasiado bloqueados durante más de cuarenta años en su lucha partidista, han llegado tarde a reparar tanto silencio y desprecio con quienes han perdido a sus seres queridos en los atentados de la banda. Ahora que el entorno de ETA, atrapado en un callejón del que solo podrá salir si se libera del lastre terrorista, pretende volver a poner sobre el escaparate la vieja idea de sus diferencias internas, conviene recordar todo el sufrimiento que han padecido los ciudadanos perseguidos por los fanáticos terroristas para evitar que, por arte de birlibirloque, quienes tanto daño han provocado en este país nos empiecen a contar la Historia de Euskadi como si ETA no hubiera existido.
La presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo, Maite Pagazaurtundua, agradecía el reconocimiento institucional por lo que tenía, además, de unitario. Pero entre bambalinas aún resonaban como un mazazo las palabras que la semana pasada había pronunciado la viuda del inspector Eduardo Puelles asesinado por ETA el 19 de junio del año pasado. «Hay gente que tiene miedo a saludarme, a decir algo y que alguien les vea y les señale». Se ha avanzado mucho en este último año sin atentados, como se encarga de recordar estos días el presidente de los socialistas Jesús Eguiguren para poner sordina a los sobresaltos que han provocado sus declaraciones sobre la voluntad de la izquierda abertzale de abandonar los postulados terroristas. Y tiene razón al señalarnos la diferencia que estamos viviendo ahora en relación a las décadas anteriores en las que no salíamos del túnel de la desesperanza. Cierto.
Pero, 857 asesinados después, todavía hay gente que tiene miedo de que la vean saludar a la viuda del sargento Puelles. Esa es la realidad. Perniciosa realidad. Cuando el miedo se ha instalado en nuestra sociedad en un poso tan profundo, queda mucho por hacer. No se limita todo a que ETA deje de matar. Nos tenemos que desintoxicar. Hay que recuperar valores democráticos. De ahí que el Gobierno vasco, de la mano de la consejera Isabel Celaá, haya puesto tanto empeño en la necesidad de los testimonios de las víctimas del terrorismo en las clases de historia de nuestro país. Hay que reeducar a las nuevas generaciones para que superen el clima de odio que vivieron sus mayores. De ahí la importancia del recuerdo. De ahí la transcendencia de los homenajes.
El enfrentamiento provocado por el terrorismo de unos y la equidistancia de otros ha sido tan descarnado que existe un núcleo importante de fanáticos que sigue pensando que «si ETA se acaba» a algunos «se les termina el chollo de vivir del cuento». Y no se refieren, precisamente, a los activistas que van a tener que ponerse a trabajar por primera vez en su vida en el caso de que su abominable historia llegue a su fin, sino que se dirigen a las víctimas, a los partidos que, como el Partido Socialista y el Partido Popular han tenido que enterrar a muchos de sus compañeros porque un mal día la banda decidió hacer limpieza ideológica.
Se aproximan fechas decisivas si, por fin, ETA publica su comunicado de cese del terrorismo. Serán momentos de incertidumbre porque siempre que los violentos ceban su anzuelo con un señuelo negociador alguien «pica» en la tentación de apuntarse el trofeo. Estamos a las puertas de asistir al final del negociado terrorista y nuestros políticos cometerían un error si le dieran más importancia a un proyecto político que ha estado basado en el terror y la intimidación. Como también cometerían un error de principiante quienes se dejaran llevar por la terminología acuñada por Otegi y los suyos en torno a los «prisioneros políticos». Que los asesinatos de ETA hayan tenido una excusa de limpieza ideológica no les convierte en presos «políticos» porque en este país en donde disfrutamos de un Estado democrático no existen delitos de opinión. España no es Cuba, afortunadamente para nosotros.
Tampoco hay que hablar de «paz» cuando no ha existido una «guerra», sino de la recuperación de la libertad. De todo esto se hablará, sin duda, en los próximos meses. Y volverán al tapete los «mediadores» profesionales. De momento, el ministro Rubalcaba ha recuperado la terminología de su antecesor en el cargo Jaime Mayor Oreja para hablar de las «trampas» de la izquierda abertzale. En el Partido Socialista prefieren decir que no se fían de lo que pueda venir del entorno de ETA, sobre todo porque se va aproximando la fecha de las elecciones municipales y forales y, con toda seguridad, intentarán volver a colarse en listas blanqueadas.
Pero no sería la primera vez que vemos cómo se da la vuelta a un argumento político. Por lo tanto, la desconfianza se va extendiendo como una mancha de aceite. El acercamiento de EA a Batasuna no se lo compra ni Aralar, que hace algunos años emprendió el camino en solitario y, precisamente, por su decisión en momentos más difíciles, encontró su premio en las urnas y ahora cuenta con cuatro representantes en el Parlamento vasco. Y será esta misma Cámara la que esta semana (el viernes) homenajeará a los concejales asesinados por ETA. Con ese gesto de cariño y reconocimiento, todos los ediles volverán a sentirse como lo que son: los auténticos escoltas de la democracia.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 28/6/2010