José Antonio Zarzalejos, LA VANGUARDIA, 19/4/12
La monarquía parlamentaria constituye un artefacto institucional delicado y extremadamente frágil porque el titular de la Corona es vitalicio y su estabilidad se fundamenta en la plena asunción de su responsabilidad, entendida como un compromiso moral y legal, y en su capacidad de empatía, esto es, de entender y compartir el estado de ánimo colectivo de la sociedad. Si el Monarca y su entorno familiar no se atienen al mandato de esa responsabilidad y dejan de sintonizar con la vibración popular, sobreviene un desajuste que deriva en el desafecto de los ciudadanos y, en consecuencia, en una crisis de la institución.
Esto es lo que ha sucedido en España desde hace ya algún tiempo. Y ayer, don Juan Carlos, en un gesto que le honra, atendiendo a un auténtico clamor popular, expresó con humildad y sencillez su pesar por la equivocación que cometió con su inapropiado viaje a Botsuana. El mensaje encriptado en las palabras del jefe del Estado fue de mucho más alcance. La expresión de «no se repetirá» puede hacer referencia al propósito de un más correcto manejo del margen de discrecionalidad de que goza en nuestro sistema político y que podría haberse convertido en los últimos tiempos en un margen arbitrario.
Pero para que el titular de la Corona no deba pasar nunca más por este trance -doloroso para él, pero también para los que encontramos en su rostro apesadumbrado un vivo reflejo de la construcción de nuestro régimen de libertades-, es preciso que la jefatura del Estado salga de su actual limbo jurídico. Urge ya la ley orgánica que exige el artículo 57.5 de la Constitución, un estatuto para el heredero y una serie de disposiciones normativas que regulen la naturaleza -pública y privada- de las actividades del Monarca, las facultades del Gobierno en relación con las de carácter oficial y de asesoramiento respecto de las que no lo sean, un sistema adecuado de transparencia y dación de cuentas de la Casa del Rey y el establecimiento de los criterios aceptables de remuneración laboral de los miembros de la familia real que no dependen del presupuesto del Estado.
La actual autorregulación de la Corona se ha venido justificando en la excepcionalidad de la figura y la gestión de don Juan Carlos. Desde la madrugada del pasado sábado, y más aún después del gesto inédito de ayer del Rey, es exigible que la norma sustituya al siempre subjetivo carisma del jefe del Estado y la Corona adquiera una arquitectura jurídico-política sólida, proscribiendo el voluntarismo de su titular como criterio último de actuación y comportamiento. La verdadera militancia monárquica -que tanto potencial democrático demuestra en estados de derecho de larguísima trayectoria histórica- consiste en la adhesión a lo permanente -la institución- y el afecto crítico al monarca. La transición hace años que concluyó como ciclo histórico. La monarquía parlamentaria era el único territorio que se había quedado al margen de la superación de esa etapa. Es el momento de normalizarla como la institución vértice del Estado. Para que el Rey no vuelva a equivocarse.
Precipitación…
El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, ha cometido dos errores de bulto. El primero: utilizar una metáfora por completo inconveniente según la cual «Argentina se ha pegado un tiro en el pie», que es justamente lo que le ocurrió al nieto mayor del Rey. El segundo: expresar su malestar por la tibia reacción norteamericana ante la expropiación de Repsol YPF por el Gobierno argentino. Eso se piensa, pero no se dice, porque es asumir la propia debilidad de manera clamorosa. La sensación de que al Ejecutivo se le ha ido la fuerza por la boca en este asunto comienza a generar un serio malestar. Ni tanto antes, ni tan poco ahora.
… y soledad
Hubo un tiempo en que España recobró la lucidez y sus gobiernos establecieron una política exterior operativa. Las excentricidades de los ejecutivos de Zapatero (Alianza de Civilizaciones y contemplaciones con regímenes de dudosa autenticidad democrática, como Venezuela) nos están procurando una soledad internacional que se palpa con la crisis de Repsol. Rajoy prometió una diplomacia económica, no convencional, e instalada en el núcleo duro de la UE. En Bruselas no se oye el vuelo de una mosca en relación con la expropiación de nuestra petrolera en Argentina. Sí, parece que estamos solos.
José Antonio Zarzalejos, LA VANGUARDIA, 19/4/12