Sánchez lo descubrió en La Vanguardia: Feijóo prometió que lo volvería a hacer
Hace ya bastantes años leí una reflexión de José Ramón Recalde que me pareció muy pertinente. Sostenía que un gobernante podía saltarse la ley básicamente de dos maneras: por encima de la mesa y por debajo. Por encima era mediante la negociación, vale decir el proceso de paz de Zapatero. Por debajo era mediante lo que se dio en llamar la guerra sucia, esto es, la articulación de una respuesta al terrorismo con sus mismos procedimientos, o sea, la invención de los GAL que se había producido también por impulso socialista durante la presidencia de Felipe González. Pedro Sánchez Pérez-Castejón ha hecho doblete. Se ha saltado la ley por encima de la mesa y también por debajo, en estrecha sintonía con los golpistas: les ha permitido fijar la amnistía que había de beneficiarlos y al mismo tiempo se ha hecho su cómplice adaptando su definición de terrorismo al criterio de quienes lo practicaban.
Ayer, mientras Feijóo hacía un buen discurso ante decenas de miles de concentrados en la Plaza España, Pedro Sánchez volvió a hacer gala de sus deficiencias en el magreo de la verdad y el maltrato de la realidad. Me permitirán un breve expurgo de sus declaraciones a ‘La Vanguardia’ como medida de su felonía y de su inadecuada relación con la verdad y con la moral: “El silencio de Feijóo sobre la operación Cataluña revela que volverían a hacerlo”. Los únicos delincuentes que han prometido reincidir han sido sus socios golpistas: “Ho tornarem a fer”, ¿recuerdan? Y luego explicó sus razones: «el esfuerzo por normalizar la situación en Cataluña hace que nuestra democracia sea más fuerte al incorporar a Junts o a ERC a contribuir de forma constructiva a la gobernabilidad del país». Efectivamente, no hay manera más eficaz de normalizar la convivencia y la gobernabilidad en el aprisco que meter al lobo a dormir con las ovejas. Y aquí anunció que en cuanto se apruebe mañana el proyecto de Ley de amnistía en el Congreso se va a reunir con Puigdemont y con Junqueras “más de una vez”, cuando en realidad debió decir: “todas las veces que ellos quieran”.
Fijémonos en su alusión a la operación Cataluña, el espionaje del CNI a líderes independentistas con el programa Pegasus, que él cargó sobre la exclusiva cuenta del PP. Mentira, claro. El País no me dejará mentir: “Fue en enero de 2020, cuando se produjeron las intrusiones con el software espía Pegasus” que detectó el equipo de la Universidad de Toronto “lo que hizo que se relacionaran los pinchazos con las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez”. ¿Para qué queremos a los espías si no es para “prevenir y evitar cualquier amenaza a la integridad territorial de España”, como estableció la Directiva Nacional de Inteligencia en tiempos de Mariano Rajoy? Esa ha sido siempre la función de los servicios de inteligencia. Antes de Sánchez el CNI estaba adscrito a Soraya Sáenz de Santamaría. El felón se lo pasó a la ministra de Defensa. Uno habría esperado que Margarita, está linda la mar, hubiese tenido un arrebato modelo Thatcher, aquel “yo disparé” sobre los tres terroristas abatidos en Gibraltar: “Sí lo hemos hecho nosotros. ¿Algún problema?”
Ha habido precedentes, y con gobiernos socialistas. El colega Fernando Lázaro contó que en 1998 se descubrió un espionaje del CESID en la sede que HB tenía en la calle Ramiro de Maeztu, de Vitoria, desde 1992. Naturalmente. Si no, ¿para qué nos sirven los espías?