EL MUNDO – 12/03/16 – TEODORO LEÓN GROSS
· Entre los argumentos para frustrar los pactos, quizá ninguno tan primario como la pureza ideológica. El caso es que vende. Se da en Podemos –su número uno ha llegado a proclamar que el mestizaje delata la falta de principios– pero también en el PP, y a su modo en el PSOE y Ciudadanos con las líneas rojas.
Ese espíritu de trincheras es una impostura artificiosa en una Gransocialdemocracia como ésta, donde hay socialdemócratas convencionales del PSOE, semisocialdemócratas conservadores del PP, socialdemócratas moderados de Ciudadanos, o radicalsocialdemócratas en Podemos y en IU. Aquí no hay liberales o comunistas sino socialdemócratas rojos, azules, naranjas o morados. Lo paradójico es que precisamente por eso, en lugar de explorar lo mucho que les une, se dedican a enfatizar aquello que les separa.
Sin duda confían más en el tribalismo que en el pactismo: una política identificada, como en el fútbol, con sus colores. De hecho, en política se da un efecto óptico denominado constancia del color: si una fresa en penumbra se ve roja como a plena luz es porque el recuerdo actúa con la retina y las neuronas para ver el color aunque de hecho no se vea. Esa potente inercia, investigada por Anya Hurlbert, es lo que hace ver al Partido Comunista como si fueran comunistas, aunque no lo sean; o que se tienda a ver al PP como liberales, un término para ellos de márketing pero ausente por completo de su gestión; o incluso a Susana Díaz como si fuera izquierda. La constancia del color hace ver ideologías por inercia; y ellos se aferran a esa percepción persuadidos de que el color es su gran patrimonio.
Esto sabotea el mestizaje ideológico, un estado de necesidad a falta de mayorías. De ahí el no radical de PSOE a PP, de Podemos a C’s, de C’s a Podemos y nacionalistas… Si su patrimonio es el color, no pueden mezclarlo. El tribalismo no ve aliados. Así sacralizan la ideología como una religión laica, con un entusiasmo enternecedor como si llevasen los ocho apellidos de pureza reglamentaria. Después, va de suyo, Iglesias acabaría como Tsipras bajando las pensiones y deportando refugiados tras comulgar con la Troika en Davos; por ahí ya pasó Rajoy o antes Zapatero.
La gobernanza en esta época ya no trata de grandes ideologías sino de pragmatismo –menos emotivo y más flexible, añade Sartori– para buscar soluciones y acuerdos. Pero ellos no se atreven a ser valorados por su programa o su gestión, y confían en seguir siendo preferidos por su color. Mucho más fácil.