Olatz Barriuso-El Correo

  •  Parte del país diverso ensalzado por Armengol quiso deslegitimar con su plante a la Princesa el sistema, que sin embargo manejará a su antojo en la legislatura que comienza

Los versos de Vicent Andrés Estellés, Felipe Juaristi y Xohana Torres, valenciano, vasco y gallega, sostuvieron el armazón del discurso con que la presidenta del Congreso, Francina Armengol, dio la solemne bienvenida a la Princesa Leonor a la sede de la soberanía popular. Un canto al poder del pueblo, a la diversidad y a la pluralidad de España -y a los consensos que necesariamente deben vertebrarla-, y a la igualdad entre hombres y mujeres que resultan pertinentes en un país muy distinto al que contempló la jura del entonces Príncipe Felipe de Borbón, en aquel 1986 en el que la aún joven democracia española luchaba por consolidarse y sacudirse los resabios de la larga dictadura franquista.

Pero la obvia constatación de que España es hoy un país más moderno y más abierto, con retos y desafíos diferentes que afrontar, no oculta la clara impronta del autodenominado y aún nonato «Gobierno de progreso» en la alocución de la tercera autoridad del Estado (los citados poetas han sido referentes recurrentes de Ximo Puig o Yolanda Díaz) ni las diferencias con la que pronunció quien ostentaba ese honor hace 37 años, Gregorio Peces-Barba. El histórico socialista incidió en aquel discurso ante el hoy Rey no tanto en la democracia como expresión del poder del pueblo (la voluntad popular como único límite es argumento recurrente de soberanistas vascos y catalanes) sino en su obligado sometimiento al imperio de las leyes. Elogió también el entonces presidente de la Cámara baja, uno de los padres de la Constitución, las virtudes de la monarquía parlamentaria como símbolo de la unidad y de la permanencia del Estado.

Fue esa la primera y llamativa paradoja de una jornada histórica por su significado institucional: la ausencia en los discursos de Armengol y de Pedro Sánchez de una reivindicación clara e inequívoca de la actual forma de Estado, que sí se escuchó en el de la Princesa cuando juró fidelidad no sólo al Rey sino también a la Corona como garante de la pervivencia del proyecto común. Tampoco aludieron ni el jefe del Ejecutivo ni la presidenta del Congreso al simbolismo que revestía el acto en sí de la jura, el de consagrar la separación de poderes y el sometimiento de la figura del Monarca a la Constitución.

Se aprovecha el impacto de la jura para vender la idea de que España, pese a todo, no se rompe

No es posible concluir que esas elipsis -y la insistencia en cambio del presente «libre» y «moderno» de España- tuvieran algo que ver con el singular momento político en que se produjo la jura, a escasos días de que, salvo giro inesperado de guion, las fuerzas nacionalistas e independentistas den luz verde a un tercer mandato de Sánchez previo cobro de una factura abultada con la amnistía a los líderes del ‘procés’ como cargo principal. No hay nada que permita suponer que se buscase no molestar en exceso a los socios de investidura, que, curiosamente, no estaban en el hemiciclo para escuchar los discursos. Tampoco que la insistencia en dibujar un país «orgulloso» de su diversidad y de su pluralidad buscase apuntalar y legitimar de facto unos acuerdos que incluyen una foto, la de Santos Cerdán con Puigdemont en Bruselas en vísperas del día grande de la Princesa, que hasta los más cercanos al Gobierno en funciones han censurado como un «error».

He ahí más paradojas del ‘timing’ de este intenso final de octubre. Con su plante a la Princesa, los socios de Sánchez dieron un golpe en la mesa para deslegitimar un sistema en el que la centralidad del Parlamento (esta sí, citada por Armengol) les permite condicionar hasta extremos sumamente ventajosos para su causa la formación de gobierno. Permitiéndose además no sólo el desaire sino también la incontenible verborrea contra la Corona tanto de la entente Bildu-ERC-BNG como de toda una ministra, aunque sea en funciones, prometiendo «trabajar» para que Leonor no llegue a reinar.

Pero no pasó nada, porque nunca pasa nada, y eso es seguramente lo que se buscaba con la cuidada coreografía con la que se van desplegando los acontecimientos. La foto del PSOE plegado ante un cartel de exaltación del referéndum ilegal del 1-O no buscaba tanto torpedear la solemne ceremonia de ayer o robar protagonismo a la heredera, sino más bien aprovechar el impacto de la jura no ya para diluir la cesión ante el «president» (sic) sino para vender la idea, en loor de multitudes y vestidos de frac, de que España no se rompe, pese a todo.