Discuto mucho y mal estos días con amigos progresistas que ven a Yolanda Díaz y Pedro Sánchez como defensores de la clase trabajadora. Me parece el equivalente a ser empleado de Telefónica y entrar en el departamento de Recursos Humanos con una botella de vodka y una bandera roja informando al director de que le consideras el nuevo Durruti, Thomas Sankara o Ché Guevara.
Lo explica más claro el escritor Emmanuel Carrère: «Podríamos decir que la izquierda francesa, y probablemente la europea, ha dejado vacío el terreno de la lucha de clases, y es la extrema derecha la que está avanzando sobre ese terreno y tomando posesión de él. Es cierto que el populismo –aunque es una palabra que me parece peligrosa–, ha ido recuperando esa noción de lucha de clases; una noción que, creo yo, siempre ha existido. Es una pena que la izquierda se haya olvidado de ella», dijo en octubre de 2018 ante la prensa española.
Hace un par de días Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, dejó al progresismo descolocado aprobando un impuesto especial a la banca del 40% sobre sus beneficios extraordinarios, diseñado para recaudar entre dos y tres mil millones de euros. Se buscaba dedicarlo a bajar los impuestos a los trabajadores italianos y a ayudarles con sus primeras hipotecas. Al día siguiente (ayer), vistos los desplomes en Bolsa de las entidades, Meloni daba marcha atrás para controlar los daños, sobre todo en los bancos más pequeños, pero ya había demostrado más ambición contra la economía financiera que Pedro Sánchez y Yolanda Díaz.
Izquierda mustia
La izquierda ha pasado de ser la sección sindical del país a quedarse en consultor laboral ‘freelance’ del sistema, que busca dar a los empleados lo mínimo para que no salgan a la calle y mantener la paz social (con la siempre lacayuna complicidad de los sindicatos subvencionados). Ya sabemos que las élites financieras prefieren administradores progres, que crean menos fricciones políticas y capean mejor los conflictos que los capataces de derecha.
Quien quiera cambios sociales hará bien en atender a la nueva derecha soberanista, más cabreada y más dispuesta a las aventuras políticas, como están dejando claro las turbulencias en Vox
El problema al que nos enfrentamos lo vio ya claro Eric Hobsbawm, historiador de cabecera del progresismo, hace unas tres décadas: la izquierda no es izquierda si no se centra en transformar el mundo del trabajo. Es algo que también ha explicado el sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, asesor muy cercano a Yolanda Díaz, en un ensayo breve y contundente titulado La izquierda ¿Fin de (un) ciclo? (Catarata, 2019). «El capitalismo ha producido unos niveles de riqueza sin precedente en los países desarrollados. Y en otras partes del mundo: en China han sacado a 800 millones de personas de la pobreza en muy poco tiempo, y en India está sucediendo algo similar. Una vez que se alcanzan esos niveles, la gente se vuelve muy conservadora, porque no quiere poner en riesgo el modelo de prosperidad que les ha beneficiado», destacó en una entrevista sobre el libro.
Luego añadía esto otro: «Podemos decir entonces que hay mucha gente en el sistema capitalista a la que no le va tan bien, pero aunque no les va tan bien, y porque la ideología neoliberal es tan potente, sí aspiran a que les vaya bien, o si no a ellos, a sus hijos. El propio desarrollo económico genera las condiciones para que eso se sostenga indefinidamente en el tiempo. Las personas que tienen un trabajo estable, que tienen una casa en propiedad, que tienen ahorros en bolsa, y que quizás no son mayoría, pero que pueden ser el 40%, esa gente no quiere sustos, porque un nuevo sistema puede poner en cuestión lo que ellos han alcanzado», constata.
La economía ha ido achicando el espacio de la política. Meloni aprieta a los bancos más que Díaz. Los realmente pobres prefieren no votar. La juventud ya ha dejado de ser de izquierda. Tampoco quedan países que puedan presentarse como ejemplo de políticas socialistas exitosas. La izquierda no promete cambiar el sistema, solo hacerlo más llevadero, porque sabe que ese mensaje tiene más tirón electoral. También porque las élites progresistas viven muy bien y en realidad no quieren que nada cambie.
¿Conclusión? Pedro Sánchez y sus socios pueden llegar al gobierno pero la izquierda como tal no existe. Quien quiera cambios sociales hará bien en atender a la nueva derecha soberanista, más cabreada y más dispuesta a las aventuras políticas, como están dejando claro las turbulencias en Vox.