JON JUARISTI – ABC – 03/04/16
· Recelar del enemigo no es paranoia, sino sentido común.
Dichosos aquellos tiempos en que los intelectuales no consentían que la realidad les echase a perder una hermosa teoría. Ahora la sacrifican (la realidad, quiero decir) a cualquier parida de gasto rápido que no deja de serlo por muy muy prolijamente que la expliquen. Un especialista indiscutible en este género de la banalización teórica es el todólogo esloveno Slavoj Zizek, también conocido como divulgador de chistes sin gracia y destacado representante del comunismo jurásico, cuyas columnas atiborran diversos diarios europeos.
La última es francamente chusca. Apoyándose en Lacan, que sostenía que la paranoia seguiría siendo paranoia aun cuando los delirios del paranoico se probaran ciertos, afirma que los prejuicios europeos respecto de los refugiados son una murga paranoica que dice más de los europeos que de los inmigrantes. Redondea el argumento afirmando que aunque haya entre los inmigrantes terroristas, violadores y delincuentes, la gran mayoría son personas desesperadas en busca de una vida mejor.
La retórica de Zizek resultaría devastadora para la causa de los refugiados, si tal causa existiese, porque lo que responden los refugiados a los que se pregunta por sus intenciones tiene bien poco que ver con una causa. Lo que dicen es que están desesperados y quieren vivir mejor, pero eso mismo dicen todos los terroristas y delincuentes. Uno se da al terrorismo o al crimen por desesperación y para vivir mejor, aunque los terroristas diluyan sus frustraciones y deseos individuales en una supuesta causa, la de los desesperados que quieren vivir mejor.
O sea, que la distinción que pretende establecer Zizek entre refugiados, terroristas y delincuentes no es tal. Pero de este modo, Zizek, como toda la izquierda, se cura en salud, porque, pese a lo que sostiene, no sabe, ni él ni nadie, cuántos terroristas y delincuentes hay entre los refugiados. Ahora bien, su retórica se pone en lo peor. De darse entre estos un incremento del terrorismo o de la delincuencia, la atribuirá a la desesperación y al deseo de vivir mejor.
Otro sofisma de Zizek es la asimilación de refugiados a emigrantes o viceversa, que cuenta con una larga tradición en la izquierda europea. La defendió Enzensberger hace veinticinco años, alegando la imposibilidad de distinguir en la práctica ambas categorías. Pero entonces no estábamos en guerra con el islamismo. Ahora, sí, y sabemos además que los islamistas quieren llevar el caos y la destrucción a Occidente. Desconfiar de las oleadas migratorias que proceden de países donde el islamismo campa a sus anchas es de sentido común, no de paranoia.
Al mezclar refugiados con inmigrantes, Zizek rechaza implícitamente toda tentativa de discernir entre refugiados (e inmigrantes) y terroristas. Pero, ojo, porque Zizek puede ser un melón, pero muy cuco. Sabe que, después del año y medio que llevamos, ya no cuela escamotear la figura del enemigo y sustituirla por la del Otro («el auténtico otro, ese otro inocente y bondadoso –proclama– es una fantasía ideológica»). De este modo se distancia de las izquierdas melifluas y suicidas, como la española, y propone un control discriminatorio y bien organizado por la UE de la emigración en sus zonas de origen (Siria, Turquía y Grecia), lo que, por supuesto, es imposible.
Metido en esta maraña demagógica, y como a alguien tiene que echar la culpa de todo y no puede hacerlo ni a los islamistas ni a la UE, apunta a los populistas-antiinmigrantes («la principal amenaza a Europa») personificados en el Gobierno polaco y en el húngaro, sobre todo en este último, lo que en Liubliana, a cuya Universidad pertenece Zizek como Investigador Senior, le granjeará sin duda parabienes y financiaciones.
JON JUARISTI – ABC – 03/04/16