Chapu Apaolaza-ABC

  • En las redes dan vivas al levantador que no pudo con las pesas pero que se partía de risa, y estoy esperando al primer atleta que deje pasar a otro

España cayó frente a Países Bajos en balonmano femenino después de perder todos los partidos y en Televisión Española dijeron que habían aprendido mucho. Y que son muy jóvenes. Y tanto: yo a su edad tenía su edad. Pero yo no quiero que los deportistas aprendan; para eso, en lugar de un marcador, les poníamos un examen.

La alegría por que las jugadoras de la selección de balonmano hayan aprendido mucho cayendo en todos los encuentros tiene que ver con la celebración del perdedor que ha convertido los Juegos en un espectáculo sin interés para mí, cuando no en una turra insoportable. Por aquí y por allá se me aparecen vítores al segundo, mucho mejor al décimo, al que aprende, al que va, al que lo intenta, etc.

Si se celebra el que pierde, ¿por qué no celebrar al último, si es el que más pierde? Quizá si pusieran a un tipo que no sabe nadar a competir en mariposa, cierta gente celebraría que estuviera ahí ahogándose, el campeón, en brazos de un socorrista. Se harían loas de la valentía que implica echarse a una piscina sin saber hacer ni el perrito. Leeríamos ‘tuits’ con la tesis de que en el mundo hace falta mucha más gente como él, un hombre necesario, habiendo tantos que se ahogan en un vaso de agua y que, viéndole, a buen seguro se han sentido mejor. El agua siempre humilla al personal. Yo mismo, ayer, remontando el pico de la Zurriola, me he desayunado una serie de espumas que me han quitado las ganas de vivir, y allí al lado había dos pibes de Gros que ni se han enterado, unos pibes entrenados, pibes donostiarras nadadores y surfistas, más fuertes que el vinagre. Pibes opresores, quiero decir, que no dejaron de charlar animadamente entre ellos mientras yo echaba sobre la tabla unos mocos recónditos y antiguos, como de la llorera de mi primera comunión.

En las redes dan vivas al levantador que no pudo con las pesas pero que se partía de risa y a otra que se rompió la rodilla –qué maravilla de lesión, de actitud, sin duda otra ocasión para aprender–, y estoy esperando al primer atleta que deje pasar a otro. Los demás son vistos como piezas del maldito heteropatriarcado, apóstoles del cochino dios Cronos y su masculinidad tóxica (Biles queda excluida de esta sospecha porque es mujer, negra, y está como las maracas de Machín). Si la verdad no existe, ¿por qué habría de existir el tiempo? Hagamos un pódium de emociones. ¡Quememos el cronómetro!

Toda esta condescendencia resulta denigrante, y lo dice uno que no ha ganado ni al parchis y no chuta una pelota ni para devolvérsela a los niños a los que se la he escapado. Pero que sabe que bajo el elogio desmedido del que no lo consigue se esconden una lástima y una indulgencia que por mí se la pueden meter por el aro (olímpico).