…Atormentada por sus dudas, Paris Hilton camina calurosa por un bidegorri. En esto, un ciclista vestido de naranja Euskaltel le ofrece agua. Ella bebe. El ciclista reemprende la marcha, pero… se para, se baja las gafas y le dice: «¿Qué hay de malo en beber agua si se tiene sed?». Paris medita estas palabras. Echa a correr, llega a un euskaltegi y se matricula…
Los catalanes han dado el golpe con la película que está rodando Woody Allen en Barcelona. Envidias sanas al margen, esto no puede quedar así y nuestro Gobierno tripartito debería tomar cartas en el asunto y conseguir que algún director de Hollywood (de Scorsese para arriba) se venga a rodar a Euskadi y, sobre todo, contratar a Paris Hilton como protagonista, por el tirón.
Estas cosas no se pueden improvisar, por lo que aquí va un argumento con el que demostrar al mundo que Euskal Herria también existe y propagar nuestros valores. Les adelanto un esbozo. En la película la protagonista (Paris Hilton) se llama Jennifer. Es la típica de Wisconsin que se ha liado con su abogado del divorcio. Cuando descubre que éste la comparte con la ayudante del fiscal del distrito le entra la depresión. Por un casual lee un artículo que habla de la existencia, en los confines del Cantábrico, del pueblo más antiguo de Europa, noble, trabajador y amante de la paz. Paris/Jennifer decide dejarlo todo y seguir el llamado atávico de la antigua Euskal Herria.
Convendría que Jennifer llegase al País Vasco andando, pues así podría incluirse una interesante escena -para el contraste con lo de luego- en la que un empleado de una gasolinera del Estado español, de estatura menguada, le indica la dirección hosco y maleducado, al tiempo que se vislumbra al fondo una pelea a navajazos entremezclada con el «Que viva España» y un par de guardias civiles patean a un honrado ciudadano (vasco: viste boina y lleva corbata con ikurriñas) entre risotadas, mientras se reparten la tela de su cartera.
Tras las penumbras, la luz: Paris Hilton entra en Euskal Herria. Llega por Muskiz y cuando ve la hermosa mezcla de la refinería (así los gringos se darán cuenta de que no estamos atrasados) con la torre de Muñatones siente que aquí se combina la tradición y el futuro.
Tras diversos vericuetos que no les detallaré, Jennifer aparece en las fiestas de Bilbao, ya con pañuelo. Prueba el kalimotxo y nota que ha entrado en otra dimensión. En una txosna conoce a Zigor, el típico ex seminarista que ha estudiado Sociología, enseña euskera y toca la txalaparta. Desde el primer momento se ve que el hombre, elegante y con camisa de leñador, le ha impactado. Diversas escenas transcurren en el Gorbea, la Parte Vieja donostiarra, una prueba de arrastre de bueyes, el Parque Tecnológico, Santimamiñe, el árbol de Gernika, las empresas de Mondragón, la BBK -para que se vea la diversidad-, mientras se consolida la relación y él le cuenta que el Pueblo Vasco está oprimido secularmente por los cabrones españoles. Ella comienza a pronunciar palabras en euskera -jo ta ke, errepresioa-, entre risas de progresiva intimidad. La definitiva revelación llega en una alubiada en Amoroto, a la que le ha llevado Zigor con su cuadrilla. Paris Hilton alucina con la camaradería, el pacharán, el kalimotxo, las otras bebidas, la comida, los cantos,…
Les ahorro otras secuencias en las que salen los atractivos ejemplares que singularizan al País: euskaldunberris, escoltas, escoltados, hinchas del Athletic, sargentos de la Ertzaintza, funcionarios de la Hacienda guipuzcoana de azarosa vida, azafatas del Guggenheim, burukides, kaleborrokolaris, conductores de autobuses quemados, prejubilados de la Naval, encuestadores del Gobierno vasco, jarraitxus, elkarrianos/lokarrianos, muslaris, curas amenazadores, ex consejeras aficionadas a la zoología vasca… cuya interacción da lugar a jugosas escenas, no exentas de dramatismo.
Para que la película guste por ahí, y no piensen que Euskadi es un mero parque jurásico del romanticismo, resulta conveniente incluir alguna cuestión escabrosa. O sea, un triángulo. Llega cuando Paris Hilton va a la Korrika y conoce a Adikoitz, noble joven vasco que le habla ilusionado de que ya hay un Plan para salir de tanta opresión. En vertiginosa secuencia le lleva a comer talo con chorizo en Balmaseda (Paris Hilton alucina definitivamente), a una sidrería de Usurbil y al batzoki de Arrankudiaga, mientras le cuenta las soluciones. Es Adikoitz el Aduanero: le explica que, reconquistada la independencia -ya próxima-, alguna frontera habrá que tener y no hay frontera sin aduanero; él quiere ser el primero y ya ha diseñado el uniforme (pantalón verde, camisa roja, txapela verde y escudo en las solapas). Paris se arroba con tanto idealismo.
Jennifer se debate entre el de la txalaparta y el aduanero, y no sabe por dónde tirar. Dado que son vascos y viven en casa de su madre no resultan verosímiles las escenas de sexo. Si Scorsese las considera indispensables tendría que ser en forma de sueños de Jennifer, con Zigor en un bar de Lekeitio el día de los gansos, mientras a Adikoitz le toca Vitoria, vestido de blusa (y desvestido, si llega el caso), frente a Ajuria Enea.
Atormentada por sus dudas, Paris Hilton camina calurosa por un bidegorri. Una ikurriña ondea en lontananza. En esto, un ciclista vestido de naranja Euskaltel le ofrece agua. Ella bebe. El ciclista reemprende la marcha, pero al de unos metros se para, se baja las gafas (se ve que es el lehendakari) y le dice: «¿Qué hay de malo en beber agua si se tiene sed?». Traspuesta, Paris Hilton medita estas palabras. Echa a correr, llega a un euskaltegi y se matricula.
El rótulo «nueve meses después» abre la última escena. Enseguida se nota que Jennifer ha aprendido euskera. Se dirige a la basílica de Loyola con desparpajo. Van llegando, tensos, Josu Jon, Joseba el de Andoain, Rodolfo, Patxi, Jesús, Txarli, el otro Joseba, Begoña, Arnaldo, Pernando, Rufino, María, Leopoldo, Javier y su hermana Julia, Juanjo, Jonan y los demás. Paris Hilton viste una preciosa chaqueta de lana azul con borlas bamboleantes, en rojo «zazpiak bat» y los escudos. Entra en el Santuario. Por la retransmisión que hace la CNN en inglés (subtítulos en euskera) se ve que le han nombrado mediadora universal para la cosa vasca. The end. Después, «To be continued». El espectador suspira aliviado.
Manuel Montero, EL PAÍS, 2/9/2007