Jon Juaristi-ABC
- O de cuando la fotografía periodística se convierte en algo más que un simple documento histórico
Si hubiera un Pulitzer español de periodismo gráfico, merecería ganar el de 2024 una instantánea de Javi Martínez publicada en ‘El Mundo’ de 2 de diciembre, página 3, que muestra a Begoña Gómez y a María Jesús Montero en el XLI Congreso del PSOE, justo antes de que Sánchez pronunciara el discurso de clausura. El plano americano de las dos mujeres más cercanas al presidente (una en el ámbito familiar y otra en el político) imprime al conjunto de la imagen, a través del vestuario, un cromatismo rojeril reforzado por lo que puede vislumbrarse de la decoración del fondo, de las cintas de las que penden las acreditaciones de los asistentes y del carmesí desmadrado de la melena de la vicepresidenta. Gómez se planta de frente a la cámara. A su izquierda, Montero sólo expone su perfil siniestro. Ambas parecen estar profiriendo algo: una consigna, un canto, tal vez una plegaria…¿infernal? (no parecen conversar, pues, sea lo que sea que profieran, lo hacen a la vez).
Pero lo que más llama la atención es la posición de sus brazos. Ambas los cruzan sobre el pecho (Gómez, solo las manos; Montero, los antebrazos) de forma que los dedos apuntan a (o descansan en) las zonas humerales de las extremidades opuestas. Es un ademán universal que sugiere alarma y autoprotección. Ahora bien, en la iconografía cristiana tal gesto se asocia a la Virgen María en la escena de la Anunciación. Ante la aparición del arcángel Gabriel, María reacciona con dicho gesto reflejo, pero su inclusión en la imagen canónica de la Anunciación dota a este de otra significación que acaba siendo la dominante. En efecto, termina simbolizando la obediencia y la entrega total de María a la voluntad divina: «Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum». Más aún, se funde con el momento mismo de la Encarnación del Verbo.
El gesto mariano, que se impondría en el arte católico desde el Renacimiento, lo introdujeron los pintores italianos (Giotto, Fra Angélico, Domenico Veneciano, Francesco Camilo…) y de ellos lo toma Murillo, por ejemplo, en todas sus anunciaciones. Los colegios de monjas lo recomendaban a las alumnas como el más adecuado para recibir la comunión. Sumisión y entrega, imitación de María, «Ecce ancilla domini».
Quizá la gestualidad de ambas musas sanchistas delatara un simple atavismo infantil. O quizás estuvieran componiendo juntas, de consuno, una parodia de la Visitación de María a su prima santa Isabel, que los primeros cristianos celebraban en las Témporas de Adviento. ¿Acaso estamos ante una rechifla contra Isabel Ayuso? No creo que el coco les dé para tanto. En cualquier caso, la cámara de Javi Martínez captó algo así como una inversión sacrílega del ‘Magnificat’ que emularía, como broche y remate del pandemonio socialista sevillano, la Última Cena ‘queer’ de las Olimpiadas de Macron.