LA PROCLAMA sediciosa de Puigdemont fue acompañada el mismo viernes en que se produjo por dos acontecimientos complementarios: la comparecencia habitual de los viernes del portavoz del Gobierno y la inusual actitud pastueña de los otros dos partidos constitucionalistas: PSOE y Ciudadanos. Ambos hechos pudieran ser considerados como uno. La explicación de Méndez de Vigo era producto de un previo acuerdo tripartito sobre el tema.
Había error. Explícito en el caso del portavoz y más implícito en los otros dos. El mismo Méndez que había calificado hace 18 días la Ley de Secesión del Gobierno de la Generalidad como «un verdadero golpe de Estado», comparecía el mismo día que los golpistas anunciaban fecha y pregunta para explicar que «el pensamiento no delinque» y aplazar la acusación hasta el momento de la firma del decreto. Subrayaba Albert Rivera en Twitter que no ha visto a Puigdemont firmar ningún decreto. El PSOE ha hecho saber que defiende la ley, pero que «hasta octubre hay tiempo para hacer política».
Vayamos por partes. Después de enunciar ese caprichoso aforismo del Derecho (el pensamiento no delinque) Méndez de Vigo debió establecer una salvedad: «Excepto que se trate, naturalmente, del presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia». Pero vayamos al fondo. Es verdad que el pensamiento no delinque, aunque sí pueda pecar, pero descartada toda posibilidad de que Puigdemont y la cuadrilla que compareció en la foto junto a él hayan visto perjudicadas sus mentes por algo parecido a un pensamiento, debemos ceñirnos a los hechos: Puigdemont no se limitó a pensar: explicó sus planes con palabras. Lo dijo Finkielkraut en aquel memorable libro, La derrota del pensamiento: «Está claro que ya no hay nadie que saque su revólver cuando oye decir cultura, pero cada vez son más los que desenfundan su cultura cuando oyen la palabra pensamiento».
Las palabras sí delinquen. Hay varios artículos del Código Penal vigente que recogen los delitos que se cometen con palabras: injurias, calumnias, amenazas, perjurio ante tribunales, la conspiración y la proposición para delinquir son delitos que se cometen con palabras, como la provocación, la apología y algunos otros. No solo se delinque con la Inoxcrom. Además de palabras hay actos: convocatoria, reunión, acuerdo sobre la fecha y la pregunta que están en la base de la sedición, otro delito que arranca necesariamente con palabras. Parole, parole, parole, que cantaba Mina.
Cuando conviene se oculta, como se hizo con la Ley de Transitoriedad, pactada a escondidas, a cencerros tapados, habría que decir con muy pertinente metáfora semoviente el pasado 29 de diciembre. A veces se oculta, a veces se enseña, el pudor y la impudicia, según.
El acuerdo de los tres constitucionalistas es un concierto para la inacción, una proclamación puramente retórica de oposición al referéndum ilegal que se convertirá en discordia en el mismo momento en que el Gobierno trate de pasar a los hechos para impedir el referéndum ilegal.
Las palabras de un gobernante son actos, aunque el gobernante sea un Puigdemont. Las repiten sus adeptos, sintiéndolas como suyas y vuelan, al decir de Gabriel Celaya: «Son más que lo mentado./ Son lo más necesario, lo que no tiene nombre./ Son gritos en el cielo y en la tierra son actos». Hay tiempo, dice el PSOE. ¿Para qué? Del 155 ya ni hablamos. En su peor hipótesis, que se les quede la sedición en tentativa, tendrán premio de consolación. ¿Por qué no van a repetir en cuanto tengan ocasión?