“… También es parte del juego reflexionar en torno a ciertas confusiones ya muy anquilosadas en el ambiente: hablo del irracional y necio fanático del Real Madrid que se niega a festejar el campeonato del mundo por considerar que la selección española se conformó con una mayoría de jugadores del Barcelona o, peor aún, el esquizofrénico vasco que por separatista se niega a salir a las calles a cantar un alirón colectivo, arropado a solas en su ikurriña… “
Estos párrafos no permiten rendir un parte exhaustivo sobre el partido de futbol entre las selecciones nacionales de México y España; se excluye la crónica, pues al escribir estas líneas quedan aún varias horas para el inicio del partido y el azar no me permite augurar resultados. Ya se ven por las calles aledañas al monumental y caduco Estadio Azteca los cientos de revendedores descarados y no pocos vendedores de banderas; gasolineras, lotes baldíos y cocheras particulares acondicionadas como estacionamientos improvisados; muchos puestos de tacos al carbón, tortas de todos los sabores, pero ningún puesto de callos a la madrileña, paella valenciana o fideuá catalana… Sobre todo, se perciben en el ambiente las anquilosadas confusiones y esquizofrenias de nuestra enrevesada relación cultural e histórica, ese amor intenso con odios enconados, memorización y amnesia, que une y separa a México y España, tanto como el idioma que hablamos diferente o el ancho mar Atlántico.
En términos futbolísticos el partido enfrenta nada menos que a la selección campeona del mundo con la siempre ya merito selección mexicana; España ganó la Copa FIFA con una derrota a cuestas, mucho futbol en las botas y no pocos lances de magia, mientras que el equipo mexicano empató en la inauguración, ganó contra un mermado equipo de Francia y perdió con los heroicos celestes del Uruguay, para regresar con una nueva derrota ante Argentina. Ambos equipos pueden explicar su palmarés en la bitácora de las estrategias: la mesura y humildad del míster Del Bosque poco tiene que ver con las presiones y errores, compromisos y corazonadas erróneas del profe Aguirre; uno sigue en la banca y el otro se libró del banquillo, sin explicarnos su rara conferencia de prensa, previa al último partido en el Mundial y sus necias alineaciones desalineadas. Para más datos: de los diez partidos que han jugado los equipos nacionales de México y España, tres han terminado empatados, sólo uno ha ganado la Verde y seis la Roja que antes se llamaba Furia, con 18 goles a favor de los peninsulares y cinco honrosos tantos del lado mexica… Para colmo, la Liga Profesional de Futbol en España (primera, segunda y tercera divisiones) juega el simplemente difícil torneo de todos contra todos (en la Copa del Rey) y visita recíproca entre agosto y mayo con el lógico rasero de que el equipo con el mayor número de puntos es nada menos que Campeón, con cinco puestos sucesivos a jugar en torneos europeos y tres lugares del fondo de la tabla a descender sin reparos a la división inferior… aquí seguimos en la esquizofrenia mercadotécnica de los llamados torneos cortos, con la mentira de la liguilla donde la mitad de los equipos mantienen la posibilidad de ganar el campeonato (sin importar que el conjunto sea candidato a descender a una división inferior por la locura inexplicable de las “estadísticas del descenso”, un terminajo que parece metáfora de la situación política y económica del país en general)…. Y sin embargo, la ilusión es verde que te quiero verde: nunca habíamos podido enfrentar a una selección recién coronada campeona del mundo, en el mero Azteca y con tantos buenos jugadores (ya emigrados a equipos extranjeros, mismos que no jugaron todo el tiempo, juntos y con el mismo balón, durante el pasado Mundial en África) y no pocos abanderados, tragadores de tacos en las calles y ociosos enloquecidos que ciframos la ilusión en las carismáticas botas de un Chicharito. Lo demás, también será parte del juego.
También es parte del juego reflexionar en torno a ciertas confusiones ya muy anquilosadas en el ambiente: hablo del irracional y necio fanático del Real Madrid que se niega a festejar el campeonato del mundo por considerar que la selección española se conformó con una mayoría de jugadores del Barcelona o, peor aún, el esquizofrénico vasco que por separatista se niega a salir a las calles a cantar un alirón colectivo, arropado a solas en su ikurriña… hablo también de los cientos de mexicanos españolizados, hijos del exilio, nietos o bisnietos de peninsulares que exageran las ces y las zetas negándose la pluralidad llevadera de sabernos mestizos, tan mexicas como el plumaje gutural del guacamole y tan innegables como todos los apellidos que además son topónimos de la geografía española.
Hablo también del engreído publicista que convenció a una marca española a anunciarse durante el Mundial con una recreación del célebre cuadro de Velásquez llamado “La rendición de Breda” (aunque conocido popularmente como “Las lanzas”). En la tontería en cuestión, las tropas españolas triunfantes en Flandes aparecen vestidos con “la Roja” de su selección actual, bajo el oprobioso e imperial lema “El mundo puede volver a ser nuestro”, pero hablo también de la humildad y altísimo ejemplo deportivo de Andrés Iniesta, jugador sin tatuajes ni fantocherías del marketing moderno, que al anotar el último gol del Mundial tuvo el gesto de descamisarse para mostrar casi en gayumbos que pensaba en un compañero ya muerto, un jugador ya no tan anónimo que no pudo vivir para ver el sueño increíble de que el mundo del futbol ya cuenta con ocho campeones de entre los cientos de países que aspiran a serlo (un conglomerado que reúne más naciones que la propia Organización de las Naciones Unidas)…. Y hablo también de la rara esquizofrenia temerosa e invidente que asume la celebración de un partido contra España como una forma de venganza histórica, una suerte de máquina del tiempo donde un defensa de piel apiñonada puede barrerse a los pies de Hernán Cortés para quitarle el balón que le prestó la Malinche…hablo de la pretensiosa mentira con la que cíclicamente las televisoras y los anuncios de cualquier porquería nos hipnotizan con la guadalupana certeza de que somos campeones sin corona, de que la utopía está cifrada en una fila interminable de mexicanos honestos y nobles que se forman para saludar con el brazo extendido el logotipo de una cerveza o bailemos todos al ritmo con el que a duras penas nos quitamos el hambre con un sandwich (¿o diré mejor, sangüis?).
El partido de futbol entre México y España se enmarca dentro de la cacareada conmemoración del Bicentenario de la Independencia: un doloroso, confuso y sangriento proceso de muchas confusiones que se consumó el 27 de septiembre de 1821 (dentro de once años), pero que ahora hay que gritar a voz en cuello como si al cura Hidalgo no lo hubiesen decapitado (como tantas anónimas víctimas del narcotráfico de hoy en día) en menos de un año desde su alzamiento y como si todo el desmadre no lo hubiese culminado un antiguo soldado realista que, además, tuvo a bien declararse Emperador para morir fusilado y encalado en el olvido… pero todo eso, por lo visto, también es parte del juego.
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MILENIO (México), Jorge F. Hernández, 12/8/2010