Miquel Giménez-Vozpópuli
Se celebró el aquelarre separatista en Francia ante la cobarde miopía de Macron. Felicidades, Cataluña, tenemos un partido de extrema derecha
Cuando tildamos al movimiento separatista de fascista llueven insultos al por mayor. Desde banalizadores del nazismo a lo que ustedes quieran. Los miembros de la secta lazi se ofuscan al ver su imagen reflejada en el humilde espejo del cronista, que solo explica lo que ve. Es un riesgo que asumimos quienes conocemos el régimen nacional separatista. El movimiento generado alrededor de la independencia, en especial la neo convergencia, tiene tintes fascistas indiscutibles. Y eso es lo que hemos visto en Perpiñán este fin de semana pasado.
Tenemos, de entrada, la manipulación habitual en las cifras de los asistentes. Según los convocantes, pasaron de 200.000; según fotografías tomadas con drones y un simple conocimiento de matemáticas, la cifra es más modesta, 46.600. Son datos de Google Earth. Apurando el cálculo, da un poco menos, 35.000. Excuso decirles que la media de edad era avanzada y que el fanatismo fue la tónica predominante.
Yendo al cariz autoritario del movimiento, basta repasar las diferentes intervenciones. A Ponsatí, fugada de la Justicia, la misma que decía que habían actuado de farol el 1-O, se le llenaba la boca hablando de los CDR, auténticas Sturmabteilung del movimiento lazi junto con el Tsunami, alabando la ocupación del aeropuerto de El Prat o “la batalla de Urquinaona”. Batalla en la cual, por cierto, esos pacíficos y sonrientes separatistas hirieron gravemente a un policía. Desde el estrado se ensalzó a esos mismos CDR como “ejemplo admirable de resistencia, coraje y dignidad”. Todos coincidieron en criticar la mesa de diálogo, por descontado, empezando por Puigdemont, que dejaba clara la posición de los herederos de Pujol con una contundente frase: “No nos hemos rendido”. Decirlo desde su cómoda vida ha de resultarle muy fácil. Los asistentes, lógicamente, lo aclamaban como líder único e indiscutible, claro.
Están todos demasiado ocupados con sus propios egoísmos. Ahora pueden presumir de disponer incluso de un ‘Parteitag’, día del partido»
Así que ya tenemos todos los elementos necesarios para un partido de corte fascistoide: aclamación al líder, anteposición de “la voluntad del pueblo” a la democracia parlamentaria, desprecio a las leyes, deshumanización del adversario al que se debe calificar como nyordo, botifler o similares, enaltecimiento de la violencia siempre que sea perpetrada por los tuyos y contumacia en una actitud que deja de lado las instituciones democráticas para sustituirlas por inventos como el Consell per la República.
Eso es fascismo, claro, pero ni ellos quieren reconocerlo ni los que deberían señalarlo lo hacen. Están todos demasiado ocupados con sus propios egoísmos. Ahora pueden presumir de disponer incluso de un Parteitag, día del partido. Les faltaba disponer de un Zeppelinfeld para sus demostraciones y ya lo tienen. Que a nadie le extrañe que tal cosa succeda en Francia, donde se produjo la tristemente célebre redada del Velódromo de Invierno el 16 de julio de 1942 con la colaboración de más de 9.000 policías y gendarmes galos. El resultado: 12.884 ciudadanos franceses judíos detenidos, incluidos 4.051 niños a pesar de que el carnicero Eichmann había dado orden de no detenerlos. Muchos parisinos – a Pétain lo defendían más franceses que a De Gaulle, digámoslo de paso – los insultaban y escupían cuando iban escoltados por las fuerzas del orden, acabando la mayoría de aquellos franceses hebreos en Auschwitz. Volvieron solo 811. Francia, sí, el país de Le Pen, la OAS, la Cagoule y Vichy.
Decían que Cataluña sería la Dinamarca del sur. Puestos a recordar, la ocupación nazi no tuvo la menor oposición cuando entró en territorio danés, siendo recibidas las tropas de Hitler en olor de multitud. “Dinamarca es el país más feliz de Europa”, exclamaba jubiloso su primer ministro Stauning en diciembre de 1940, acaso porque los nazis declararon a su país como Musterprotektorat, protectorado modelo, permitiéndoles celebrar elecciones. Ah, esa Europa que ha sabido ocultar su cara colaboracionista que tan bien describe el historiador David Littlejohn en el imprescindible libro ‘Los patriotas traidores’.
Es la maldición de tener presente la historia, sabes descubrir al monstruo cuando lo tienes enfrente.