Francesc de Carreras-El Confidencial
- Ciudadanos ha quedado esta semana como un partido de ‘amateurs’ de la política, como un partido no fiable, y las responsabilidades deben ser asumidas por la misma Arrimadas
Ciudadanos nació en Cataluña para llenar un vacío político específicamente catalán: con el Gobierno tripartito presidido por Maragall, no había en el ámbito político catalán ningún partido no nacionalista, a excepción del PP, de escasa fuerza política. Realmente era algo muy extraño, seguramente único, en Europa. Había pues un hueco por cubrir: los catalanes no nacionalistas que no querían votar al PP no tenían a quién votar.
Recogiendo el malestar de muchos catalanes por esta situación, un grupo heterogéneo de profesionales del ámbito cultural catalán propuso crear un nuevo partido, no nacionalista identitario, que pudiera conectar con estos sectores de centro y de izquierda moderada que se habían quedado huérfanos, para ver si alguien recogía el guante. Al año de esta propuesta, en las elecciones autonómicas de noviembre de 2006, el recién estrenado partido Ciudadanos, con un líder de 26 años, Albert Rivera, obtenía 90.000 votos y tres diputados. Un éxito.En el Parlamento autonómico se empezó a hablar con naturalidad en catalán y castellano. Desde el nacionalismo, esta ruptura de la transversalidad catalanista fue vista como un gran peligro. Inmediatamente se los tachó de fachas y hasta de falangistas: a Albert Rivera se le llamó Primo de Rivera. Primero con lentitud y dificultades, después en rápido ascenso, de estos 3 diputados se pasó a 36 en 2017. Ciudadanos pasó a ser un gran partido en Cataluña, superando claramente a los socialistas. La percepción de que había muchos catalanes no nacionalistas era acertada.
Hacia 2013 el partido se extendió a toda España, también con notable éxito. Rivera se convirtió en un líder nacional. Pero la función de Ciudadanos en España era muy distinta a la de Cataluña. En España debía desempeñar el papel de partido bisagra entre los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, para que en la formación de los gobiernos, y en la vida parlamentaria en general, ni populares ni socialistas hubieran de recurrir para obtener mayorías parlamentarias a los partidos nacionalistas, cada vez más independentistas, ni al populismo de Podemos que estaba en plena expansión.
Ciudadanos pasó a ser un partido clave para que en España se pudiera gobernar desde el centro, entendido en sentido amplio, facilitando acuerdos con y entre sus partidos fronterizos a derecha e izquierda, según los resultados electorales. En definitiva, como se está gobernando ahora en el Parlamento Europeo, donde la mayoría está formada por los grupos conservador, socialdemócrata y liberal, que no tienen grandes dificultades en llegar a grandes acuerdos.
Ahí es donde falló Rivera. En 2016 acordó un programa con el PSOE de Sánchez, pero no obtuvo los suficientes votos parlamentarios para formar Gobierno. Después, a regañadientes, Ciudadanos apoyó a Rajoy para que fuera presidente aunque mantuvieron una tensa colaboración que rindió poco, a pesar de aprobar dos presupuestos, el último con tres años de vigencia. Por fin, y ahí estuvo el gran error, sumando sus votos a los del PSOE pudieron formar Gobierno con el apoyo de una amplia mayoría, 180 escaños, y dejó pasar la ocasión.
A los pocos meses, ya en las siguientes elecciones, los votos de Ciudadanos pasaron de 57 a 10: el electorado los castigó porque no cumplieron con su función de partido bisagra y quisieron encabezar el bloque conservador rebasando al PP. Ciudadanos pasó de un partido útil a un partido inútil. La avaricia rompe el saco. Sánchez pactó con Iglesias y ya se están comprobando las dificultades y perjuicios que esto acarrea. Rivera dimitió tras el fracaso y le sucedió Inés Arrimadas, con el acuerdo general.
Tuvo Arrimadas un indudable acierto: rectificó la ambición derechista de Rivera y se fue situando con prudencia en el centro. No apoyó al PP en las prórrogas del estado de alarma y se esforzó en pactar los Presupuestos con el Gobierno. Esfuerzo inútil: Sánchez prefirió seguir prisionero de ERC y hasta de Bildu. Pero no podía decirse que ella no intentara ejercer el papel de partido bisagra.