Gregorio Morán-Vozpópuli
  • Lo dice el presidente y va a misa: «una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado a Franco del Valle de los Caídos»

La megalomanía nos arrasa. No hay fantasma por pequeño que sea que no anuncie su convicción de que está haciendo historia. Da lo mismo que se trate de una estupidez local o una obra faraónica de cartón piedra. Lo mismo una invención palabrera que el pronóstico de cambiar nuestra vida. Todo sirve para los nuevos promotores de historia que van a ocupar las páginas que habrán de estudiar los herederos de la Wikipedia. Temblad niños digitales y abuelos descreídos, los creadores de historia se promueven a sí mismos como audaces inventores de futuro. No contentos con haber llenado de mierda charlatana el presente aspiran a que fijemos lo que va a venir como un pastel que nos sirva de golosina.

Lo dice el presidente y va a misa: “una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado a Franco del Valle de los Caídos”. A fe que será por más de una. A partir de ahora la historia no se detendrá en la siniestra trayectoria de un criminal de guerra y de paz sino en quien sacó sus restos, que no sus efectos, de un búnker consagrado. Como la tumba del Cid, que tan a maltraer trajo a la inteligencia de hace más de un siglo, estamos ante una vuelta de tuerca, casi un embeleco. Un buscavidas político entra en la historia, casi se mete en ella a voluntad, para decirnos que retirar los símbolos es tanto como confirmar el fin de la historia, que hay un antes y un después de su victoria sobre el cadáver.

La doble llave sobre el sepulcro del Cid, que defendió valientemente Joaquín Costa, se convierte desde este momento en un helicóptero dentro de una escenografía sainetesca entre rufianes. Como director teatral no pasará a la historia, ni tampoco el Caudillo por haber concebido el espantoso panteón. Sin comparación posible, pero son manifestaciones que resaltan los caracteres. Uno un asesino de Estado sin paliativos, el otro un narciso cada vez más enseñoreado en su autocracia. Nada que ver con la historia, es teatro aficionado que como tal no pasará siquiera a la historia de la escena.

Pero les da por ahí. Juan Alberto Belloch, quien fuera ministro de lo inverosímil -Justicia e Interior, al tiempo- también ha querido entrar en la historia, aunque sea de soslayo. “Temí pasar a la Historia por el asesinato de Roldán a manos del Cesid”. Como los Servicios de Espionaje son mudos por naturaleza, por más que se conviertan en locuaces sus responsables políticos, han de pechar con lo que les echan encima, que por cierto no es otra cosa que las órdenes que les dan los que luego se explayan y mienten y se disfrazan de palomas mensajeras.

Belloch es un cínico compulsivo de larga trayectoria y eso quizá explique sus versátiles opiniones. Sacar ahora a Roldán para ponerse una medalla es otro juego con la historia de quien trata de meterse de rondón. Ya nadie quiere recordar a Roldán, aquel jefe de la Guardia Civil que ejerció de chorizo, al que descubrió el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra cuando se hacía rebatiña de los cargos públicos. Más o menos como ahora, con igual impunidad pero con más silencio. Entonces que la izquierda robara parecía un contrasentido, pero le cogió gusto a la cosa. Malversación se le dice.

La única víctima política del caso Roldán fue el ministro Antonio Asunción que dimitió antes de que nadie se lo pidiera. Poner a un civil delincuente a la cabeza del Benemérito cuerpo sí hizo historia, aunque hoy nadie quiera recordarlo y menos el arribista frustrado que se demostró Belloch, capaz de ambicionar la presidencia del mismo gobierno al que le aupó González. La que sí sería una aportación histórica sería la narración de las conversaciones entre el ministro Belloch y Mario Conde y el coronel Perote, que tanta luz aportarían sobre los gobiernos socialistas de la decadencia. Sacar a Roldán del armario en este momento resulta una argucia de fulero dispuesto a otra ronda, ahora que el tapete ha pasado del verde al negro.

La única víctima política del caso Roldán fue el ministro Antonio Asunción que dimitió antes de que nadie se lo pidiera

O sea que tenemos a superdotados de la trampa haciendo su historia mientras la Constitución, talluda a sus 44 años mal llevados, se mantiene como un corcho. Se ha quedado en recurso que da para todo. Se usa para escarnecerla, para desdeñarla o para llenarla de virtudes invisibles. Al hacerse cuarentona ocurre como con las personas, que nadie da en contemplarlas en la mocedad y se ensañan con las arrugas irremisibles del tiempo. Si alaban el comienzo de la vejez es por hipocresía; en el fondo les pesa como un mueble antiguo. Vivimos tiempos de líneas rojas y leyes estrella, palabras que no significan nada. Las líneas rojas son las que se saltan para repintarlas luego y las estrellas legislativas apenas alcanzan el fulgor de un relámpago, una llama efímera.

El derecho comparado es el nuevo mantra del engrudo de la falsedad. “Los países de nuestro entorno”. Cuando escucho la frase sé que me están tratando de engañar con esa desfachatez que evita decir cuáles nos “entornan”. ¿Portugal? ¿Francia? ¿Marruecos o Dinamarca? No se han tomado la molestia de hacer creíble la mentira. Atiendan a los nuevos charcos del lenguaje: “alterar el orden legal de forma no sangrienta”. ¿Qué quiere decir exactamente? Atracar limpiamente, sin derramamiento de sangre; a menos que te resistas. ”Hechos graves pero no equiparables a crímenes atroces”. ¿Quién mide que un crimen deje de ser atroz? ¿Eso depende del delincuente, o de la víctima? En política caben las dudas.

No se han tomado la molestia de hacer creíble la mentira. Atiendan a los nuevos charcos del lenguaje: “alterar el orden legal de forma no sangrienta”. ¿Qué quiere decir exactamente?

Nuestro incombustible presidente ha declarado en el cumpleaños constitucional: “En Cataluña no hay nadie que incumpla la Constitución ni la ley”. Cierto, no la incumplen; se la pasan por el forro. Quedará para la historia, pero no por la afirmación en sí, a la que tiene derecho, sino porque nadie salió a decirle: “Presidente, después de Trump, ningún gobernante fue capaz de conseguir que se hiciera pública una desmesura tan desvergonzada”.

Cabe hablar pues de dos asuntos que habrían de conmovernos. De la Ley Trans y de que la leche tenemos necesidad por primera vez de importarla de Francia. Ejerza usted de “modelno” y exhiba su inquietud ante la incógnita del sexo autodeterminado. Las vacas, olvídelas; huelen y excrementan, es inevitable. Pertenecen a nuestro pasado sin historia, en el que no cabe otro relato alternativo.