Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 22/2/12
Las centrales sindicales son un instrumento eficaz para canalizar conflictos sociales en los márgenes del sistema
Desde hace algún tiempo en el debate público español parece haberse colado una acusada pasión contra los sindicatos, convertidos en chivos expiatorios de buena parte de los problemas económicos que padece el país.
Las centrales sindicales, como instituciones que son, están expuestas a ser juzgadas, aplaudidas o criticadas, por sus actuaciones públicas, por sus posiciones políticas o económicas, por su papel en la sociedad, al igual que pasa con los partidos, los medios de comunicación, la policía o las patronales. Pero de la misma forma que la denuncia de determinados comportamientos de los partidos no lleva a cuestionar la función fundamental que ejercen a la hora de articular la representación política, las críticas a las actuaciones de los sindicatos no deben conducir a poner en solfa su papel legítimo en una sociedad democrática. Y esto último es algo que se está haciendo.
Se da la circunstancia de que algunos sectores que tienen como referencia de la ortodoxia económica la Alemania de Angela Merkel protagonizan los ataques más duros contra los sindicatos españoles, sin darse cuenta del papel central que han tenido y siguen teniendo las centrales alemanas, organizaciones poderosas cuya capacidad de influencia no ha sido nunca obstáculo para el desarrollo del país. Los sindicatos alemanes junto con los norteamericanos invirtieron fuerte en la España de la transición para favorecer el desarrollo en nuestro país de centrales que entonces se llamaban reformistas, frente a los sindicatos revolucionarios que también existían. Aquella apuesta de americanos y alemanes fue fundamental para determinar el rumbo que tomaron los grandes sindicatos españoles que, con sus aciertos y sus errores, han sido factor importante de cohesión social.
La presencia de sindicatos fuertes en la vida pública supone, en ocasiones, molestias para el poder, sea el que sea, porque las centrales tienden a limitar el margen de decisión de los gobiernos y de las empresas con sus exigencias de negociación. Pero las centrales son un instrumento eficaz para la canalización de los conflictos sociales dentro de los márgenes asumibles por el sistema. No hay más que ver los problemas que se plantean cuando los sindicatos son desplazados de la gestión de los conflictos laborales, como ocurrió con el último conflicto del metro de Madrid.
La deriva de esos problemas hacia huelgas salvajes y hacia la radicalidad es más probable cuando no hay un sindicato importante al mando de las protestas y como interlocutor reconocido de la administración o de las empresas. Eso no quiere decir que los sindicatos acierten siempre, como tampoco aciertan las patronales, pero los costes de la ausencia de unos interlocutores laborales representativos y experimentados son siempre más altos, tanto en términos económicos como de tensiones sociales.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 22/2/12