EL FILÓSOFO Dennett aconseja en De las bacterias a Bach (Pasado&Presente) que se prescinda del ambiguo porqué en las explicaciones sobre el mundo y se desdoble en estas preguntas: cómo es qué y para qué. Los periodistas deberían atender el consejo. Las causas por la que Ana Julia Quezada mató, supuestamente, al niño Gabriel son indescifrables para el periodismo y probablemente no solo para el periodismo. Más modesto y eficaz es despegar un fragmento de la inabordable causa y ocuparse del para qué, de la razón o la intención por la que alguien mata a alguien. Es decir, lo que los investigadores llaman el móvil. Lo que mueve a la conducta. Saber si Quezada mató a Gabriel para apartarlo de su vida o para obtener algún beneficio económico parece más útil que preguntarse, con la majestuosidad que adquiere a veces la ignorancia, por qué Quezada mató a Gabriel. Aún así la pregunta más periodística es la del cómo. No solo es que el acopio de detalles esté al alcance del periodismo. Es que de una selección cuidadosa de los detalles se desprenden respuestas a preguntas mayores. En el caso que nos ocupa el cómo despejará si en el asesinato de Gabriel medió secuestro y por lo tanto la probabilidad del móvil económico.
En cualquier caso las reacciones ante el asesinato han traído a los periódicos una prudencia epistemológica elogiable. Se advierte en el propio uso del léxico que indaga en las razones de la tragedia. En este periódico reaparecía la palabra pasional, proscrita desde que la pasión empezó a considerarse mediáticamente un intolerable atenuante del crimen. En otro periódico se prefería emocional, que es una palabra de gran prestigio en nuestro tiempo. Y tan significativas son las palabras que están como las que brillan por su ausencia. Por ejemplo, lacra. Incluso, tanteando en el peligroso terreno de las explicaciones profundas, este periódico se preguntaba en su editorial «hasta qué punto puede ser oscura el alma humana». Ni pasional ni emocional habrían aparecido en los periódicos si el sospechoso hubiera sido un hombre. No hay duda, en cambio, que lacra habría sido el lacre, debidamente estampado sobre machismo, que clausurara cualquier exploración por los bajos fondos. Y, por supuesto, qué editorialista habría optado entonces por la prudencia teleológica o teológica de la Causa, teniendo a mano la cultura heteropatriarcal.
De la minuciosidad analítica, sin embargo, ha de extraerse la conclusión correcta, y solo ella. La indiscutible superioridad de la mujer. La complejidad irreductible de su conducta, que es más de letras.