Jon Juaristi-ABC
- Las ministras de Sánchez Pérez-Castejón estudiaron en colegios religiosos de pago, no en centros concertados
Tras la aprobación de la llamada «ley Celaá» les ha dado a muchos por especular acerca de un posible resentimiento de la ministra socialista hacia los colegios religiosos, a causa de supuestas humillaciones recibidas en un elitista centro concertado de Bilbao, donde estudió como alumna becaria.
Lo cierto es que ni Celaá ni Calvo, de las que se ha publicado que estudiaron en centros concertados, pasaron por ese tipo de enseñanza. Celaá nació en 1949; Calvo, en 1957. La «concertación», que arranca de comienzos del gobierno de Felipe González y se completó con medidas tomadas por el primer gobierno de Rodríguez Zapatero, las pilló talluditas. A Celaá como profesora de un instituto público y a Calvo, supongo, de penena en alguna universidad andaluza. Estudiaron ambas en colegios de monjas no concertados. Se formaron, por tanto, como niñas católicas, conservadoras y desconcertadas.
A Calvo la traté poco. La conocí con motivo de la organización del centenario de Cernuda cuando ella era consejera de Cultura en Andalucía y yo director del Instituto Cervantes. A Celaá, algo más. A petición suya, la avalé ante la dirección del PSE-PSOE cuando solicitó su ingreso en dicho partido, pero nuestra amistad fue superficial y breve. Había estudiado, como yo, en la Universidad de Deusto, donde, si la memoria no me falla, estaba trabajando en una tesis doctoral sobre Evelyn Waugh, escritor inglés, católico y conservador. Un tema bastante convencional en aquella universidad no concertada de la Compañía de Jesús, donde enseñaban por entonces Arzalluz y Juan Manuel Eguiagaray, futuro ministro de Felipe González.
He oído a un tertuliano comparar a Celaá con la Pasionaria. Me parece exagerado. Al margen de su común condición de vascas, crecidas en ambientes conservadores e involucionadas después hacia la izquierda, los otros rasgos de sus respectivas personalidades difieren bastante. Dolores Ibarruri fue una niña pobre, hija de un minero carlista, que nunca asistió a un colegio religioso de pago ni como becaria. Enseñó catecismo a los niños de las minas antes de apuntarse al comunismo soviético, y murió luego católica, cantando himnos eucarísticos con el Padre Llanos. Los bandazos de Celaá no han sido tan extremos. Se insiste estos días en que, como consejera de Educación del Gobierno vasco de Patxi López, defendió posiciones muy distintas a las actuales en asuntos como la enseñanza concertada o la de las «lenguas propias». No lo sé ni me importa.
En cualquier caso, siempre tuve a Ibarruri por una mujer de fuertes y firmes convicciones. Celaá nunca me dejó una impresión parecida. Digamos que Pasionaria era una dogmática, mientras Celaá, como Calvo o los socialistas en general, no pasa de sectaria obediente al jefe que le toque. ¿Quiere ello decir que una me caiga más simpática que otra? No, pero es indiscutible que Pasionaria da de sobra la talla de figura histórica.