Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 21/6/12
El que resiste, gana. Y la izquierda abertzale bien lo sabe. Con la habilitación de Sortu como partido político, Batasuna abandona definitivamente el ropaje de la ilegalidad, del que siempre, sin embargo, ha sabido sacar el rédito suficiente. Le han bastado exactamente dos años desde que Rufi Etxebarria e Iñigo Iruin irrumpieran en el palacio Euskalduna de Bilbao, aquel 20 de junio, abanderando el impulso de un proceso democrático y la asunción de los denominados Principios Mitchell, para que ahora el Tribunal Constitucional, otra vez partido por la mitad (6-5) como ocurrió con la legalización de Bildu, crea que es verdad el abrazo de este movimiento soberanista a la democracia, a la paz, como dicen sus estatutos.
Quizá fue una premonición, pero al renunciar en 2010 a la violencia decidieron acomodar su discurso bajo la estrategia Lortu Arte (Hasta conseguirlo). Iniciaban, o quizá aceleraban, una nueva cruzada ideológica. Lo hacían tras sufrir el calvario derivado de la aplicación de la Ley de Partidos y asumir la estéril influencia que la consigna de socializar el sufrimiento dejaba en la sociedad vasca, hastiada del terror. Fue así como precipitaron una catarsis que ha transformado la esencia de la izquierda abertzale hasta convertirla en un nuevo partido político.
La legalización de Sortu llega en un momento especialmente convulso. Aprovecha, sin duda, la falta de renovación del Tribunal Constitucional, mientras la exigua diferencia de la resolución alienta la polémica, principalmente jurídica. A su vez, impulsa las expectativas electorales de una coalición abertzale Euskal Herria Bildu con la capacidad de apoyo social más que suficiente para plantearse seriamente la victoria en las próximas autonómicas en Euskadi. Con ello, claro, eleva la presión sobre el PNV y, sobre todo, sobre sus expectativas de posibles pactos para recuperar el poder, obligados en la actual geometría variable que condiciona la política vasca desde que ETA dejó de matar. En el medio de esta pugna por la supremacía nacionalista, acechado por los efectos de la crisis y con una deuda cada vez más preocupante, aparece un Gobierno vasco del PSE-EE sin otro apoyo que sus 25 parlamentarios, a quien acucia la insistente demanda de un adelanto electoral.
Con esta política de paso a paso, de victoria en victoria, a la izquierda abertzalesolo le falta la puesta en libertad de Arnaldo Otegi, su icono. Una vez que lo consiga, quizá la geometría variable de hoy se antoje una quimera porque los vasos comunicantes de la realidad electoral ya no serán los mismos. Hasta entonces, no obstante, quedará tiempo suficiente para comprobar cómo se adapta Sortu a la convivencia política con Eusko Alkartasuna, Alternatiba y Aralar, piezas necesarias hasta ahora para cincelar un barniz democrático en la reconversión abertzale, pero de un relativo peso electoral. Sin embargo, nadie imagina divisiones cuando se empieza a tener tanto poder en las manos. La izquierda abertzale seguirá mandando por encima del nombre del cartel que le cobije. Sus problemas, desde luego, están en otro sitio.
Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 21/6/12