Lourdes Pérez, DIARIO VASCO, 9/3/12
El lehendakari está obligado a taponar la vía de agua en la unidad partidaria y en su relación con el PP evidenciada en la Cámara
El lehendakari y los partidos escenificaron ayer en el Parlamento sus diferencias a la hora de afrontar con una estrategia concertada el final de ETA. Desde esta perspectiva, y teniendo en cuenta que el objetivo declarado del lehendakari era ampliar a Euskadi el consenso alcanzado en el Congreso hace dos semanas, el pleno ha representado algo más que un primer fracaso en la búsqueda de ese acuerdo. Ha supuesto un paso en falso en el espinoso cierre del ciclo terrorista, al hacer visibles, y nada menos que en sede parlamentaria, las discrepancias que existen entre las fuerzas políticas vascas sobre el contenido y los ritmos de la paz y, singularmente, entre los dos socios que sustentan el Gobierno de Patxi López. Es verdad que la tensión no llegó a desbocarse como en los debates de antaño y que la retirada por parte de Aralar de su moción abre un nuevo período para negociar el pacto de mínimos que ayer no fructificó. Pero la pregunta inevitable a tenor del desarrollo del pleno y, sobre todo, de su contraproducente resultado es si merecía la pena que el lehendakari lo convocara en estos momentos. Porque si hasta ahora se intuía que el consenso podía resultar más trabajoso en Euskadi que en Madrid, máxime cuando la legislatura ha entrado en su último año, la sesión de ayer sirvió para constatar que sí, que la sintonía aquí va a obligar a un trabajo más arduo, comprometido y generoso que en cualquier otro sitio.
El fiasco interpela, antes que a nadie, al lehendakari, cuya iniciativa para liderar el final del terrorismo y la construcción de un acuerdo inédito entre los partidos vascos ha tropezado ruidosamente con la «falta de confianza» que le atribuyen sus aliados del PP y con los recelos e intereses partidarios que sobrevolaron el debate. Lo que mal empieza tiende a no acabar bien, y el formato del pleno no era, de entrada, el más favorable para los objetivos de López. El intento de sustanciar un gran pacto entre PSE, PP, PNV y las fuerzas minoritarias en torno a una paz con memoria del daño causado y al paulatino ingreso en la normalidad democrática de la izquierda abertzale habría requerido, probablemente, de una solemnidad formal superior a la de un pleno ordinario. El debate se ventilaba en Euskadi, en el corazón del problema de la violencia cuatro meses después del cese definitivo de ETA, y su impulso había partido del lehendakari, la máxima institución del país. El pleno no tuvo, de hecho, el empaque de las grandes ocasiones, con la rareza añadida de que las propuestas de López quedaban a expensas del interés suscitado por la única votación que iba a celebrarse, la de la moción de Aralar. El lehendakari desgranó un discurso difícilmente cuestionable en el terreno de la ética y de la paz con pedagogía, en el que quiso transferir a la izquierda aber-tzale la responsabilidad sobre el futuro de los presos y a éstos la decisión última sobre la reinserción individualizada, lejos de la disciplina de ETA, que les ofrece el Estado de Derecho. Pero ese suelo moral quedó diluido por el fracaso en la intención del pleno -liderar un gran consenso para el final de ETA-, que obliga ahora a López a taponar la vía de agua en la unidad partidaria y en la zigzagueante relación con sus socios que afloraron ayer.
El lehendakari puede tener razones para condolerse de los aprietos a los que le somete el PNV y para considerar sobreactuado el ultimátum de ayer de Basagoiti para que elija entre el PP y la exBatasuna. También puede tener motivos para creer absurdas las diferencias sobre la presencia de la izquierda abertzale, cuando todos los partidos asumen que su regreso al Parlamento es cuestión de apenas unos meses. Pero nada de eso exime de responsabilidad a López, cuando la distancia entre lo que pretendía el debate de ayer y el logro final es tan aparatosa. Visto lo visto, lo relevante ahora no es si se constituye o no una nueva ponencia parlamentaria, cuya utilidad ha quedado en entredicho, o el papel de ese comisionado del lehendakari aún por designar. Lo perentorio es recomponer la quiebra evidenciada, en una legislatura cada vez más condicionada por los síntomas de agotamiento.
Lourdes Pérez, DIARIO VASCO, 9/3/12