La presidenta Pastor va a tener más trabajo esta temporada que un sepulturero en The Walking Dead. No es solo que las gradas del gamberrismo profesional estén más nutridas que nunca, es que su presencia y modales contagian a los sedicentes diputados de orden, que tampoco necesitan mucha exposición al virus para desprestigiarse a conciencia. Fue el caso del peperoRafael Merino, a quien doña Ana llamó dos veces al orden antes de retirarle el uso de la palabra. Merino estaba atacando a Podemos por la vía garrafal de mimetizarse con Podemos: ni se abstuvo al orden del día ni se privó de hacerse la víctima ante el atropello a su libertad de expresión. Fue tan patético que incluso Maíllo meneaba la cabeza y hasta la entidad Pablirene –dos personas distintas en una sola naturaleza política– aplaudió a la presidenta, que hizo lo que tiene que hacer aunque el silenciado sea de su partido.
A lo largo de la mañana, Pablirene solo se escindió para preguntar por separado a Zoido y a Soraya. El combate entre Sáenz de Santamaría y Montero no puede ser más desigual, pero la vicepresidenta no ha llegado hasta donde está derrochando clemencia. Aplastó a su joven contrincante, quien le había espetado otra entrega del serial conspiranoico que sirve para el roto de los guiones de La Tuerka y para el descosido de la estrategia argumental del tercer partido del país. Esta vez se trataba de las filtraciones sobre el Rey Emérito, se conoce que no se habla de otra cosa en los comedores sociales. La réplica vicepresidencial hizo puntería: «Las instituciones no funcionan como ustedes creen, y menos como querrían. Arremeten contra todo lo que no pueden controlar, contra la prensa y la Inteligencia». Contra la inteligencia también, en minúscula, porque solo la necedad de un novato presta crédito al espantajo perpetuo de la mano negra. En ocasiones ven palcos del Bernabéu, como el sexto sentido de Piqué, pero entretanto pierden todos y cada uno de los trenes de la influencia política real, que han sacrificado por la mediática. A propósito de la guerra de alcantarilla del comisario Villarejo tuve ocasión recientemente de preguntar a don Félix Sanz Roldán. Una cosa no va a tolerar: que se manche el honor de la Casa.
Zoido titubeó un poco ante la pregunta del enchaquetado Iglesias sobre el piso reformado de su director de Tráfico. Parece claro que no existió irregularidad alguna, pero el ministro acusó cierto nerviosismo que no contribuye a despejar las dudas. En la réplica se rehízo echándole en cara a Iglesias sus afinidades electivas con los agresores de Alsasua en lugar de sus víctimas, ya que tanto le preocupa de pronto la Guardia Civil.
El Hemiciclo era un tributo al absentismo: Rajoy estaba en Malta, Rivera en algún medio, Susana Díaz aún no ha llegado y, en ausencia de gatos, los ratones se divierten. Méndez de Vigo sigue justificando su idoneidad como portavoz: su técnica vocal es una combinación de pompa y jovialidad que desarma a sus opositores. Nada turba a don Íñigo, que por algo es barón. Tiene respuesta para todo, y no solo satisface tu curiosidad sino que si te descuidas te atiza una recomendación teatral. Girauta y Montoro, por su parte, están desarrollando una nueva modalidad dialéctica donde no hay tesis y antítesis, sino tesis y tesis, con lo que el tiempo se les acaba sin haber tenido ocasión de pelearse. Más bien se propinan conferencias mutuas sobre microeconomía.
A las diez menos cuarto solo quedaban tres ministros en sus escaños. Quizá estemos exagerando cuando llamamos a todo esto sesión de control al Gobierno.