ABC 22/03/17
DAVID GISTAU
· El Estado dispone de bienestar para todos y además perdura el optimismo fundacional
LA carga anacrónica de la monarquía procede de un paternalismo que jamás desapareció en Europa, sino que fue traspasado, sin derechos de sangre, a los Estados de doctrina socialdemócrata. Permaneceremos a la espera del siglo de los idiotas –en la acepción griega– en que los adultos por fin sean tratados como tales y entiendan que ciertas nociones de la libertad requieren la aceptación de un desamparo, en lo mental, en lo sentimental y en lo auxiliar, que nos obligaría a reprogramarnos por completo como ciudadanos relacionados con un Estado.
La tradición española es tan paternalista como para haber prolongado en Occidente la extravagancia de una dictadura con sentido nacional de familia de orden numerosa después de la 2GM. Semejante mentalidad no podía alterarla por completo el hachazo conceptual de la Transición. Por ello, y a través de Juan Carlos, es posible bosquejar en clave paternalista una historia de este ciclo democrático que se incorporó con retraso al del 45 europeo pero agoniza a la vez.
Arrancamos con el padre fundador, taumatúrgico, infalible y proveedor. Protector hasta de los carros de combate de la reacción, que son como los monstruos de las pesadillas de un niño. Los demócratas embrionarios, flamantes e infantiles, no sólo no le discuten, sino que lo envuelven en un respeto sacral, característico de los hogares muy jerárquicos, por el cual hasta el periodismo se inhibe. De hecho, el periodismo se comporta durante esos años como los niños que hablan bajito a la hora de la siesta porque temen la cólera paterna si arruinan el sueño. Pero las cosas funcionan, sobre todo porque hay ciertas cuestiones de adultos, como las patentes de corso cleptocráticas expedidas en Cataluña a cambio de estabilidad, de las que los niños ni se enteran. Tampoco preguntan, ya que el Estado dispone de bienestar para todos y además perdura el optimismo fundacional, estragos de ETA aparte.
El desgaste paulatino del Infalible, su autocompensación hedonista, en un contexto añadido de hedor general a corrupción, coinciden con los estadios de rebeldía adolescente de sus hijos y con el descubrimiento, por parte del periodismo, de que se puede hablar de ciertas cosas sin regresar por ello al Frente del Ebro. Tampoco el hogar funciona igual, el Estado dosifica el reparto de bienestar por el cual a cambio se infiltraba en todos los ámbitos del individuo. Lo cual potencia un sentido casi freudiano de la emancipación que exagera la revancha en la liberación jerárquica y que termina con la abdicación, curiosa porque es el padre el que se va de casa.
Ahora, para rematar esta aniquilación, que por añadidura es la de los mitos fundacionales de un sistema que ha de ser sustituido impugnándole primero el prestigio histórico, emergen unas grabaciones chapuceras, más morbosas que interesantes, que parecen invitar a los españoles a hacer el descubrimiento que más desasosiego provoca en los hijos: que los padres tienen apetitos terrenales que los hacen imperfectos.