JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 23/02/14
· El ridículo al que la banda sometió a quienes participaron en el acto del Carlton se le ha vuelto en contra al desenmascarar su situación.
La verdad es que no puede negárseles su punto de razón a todos esos que se han tomado a chirigota lo que ETA escenificó el viernes pasado en el hotel Carlton de Bilbao ante un tumulto de cámaras de televisión, micrófonos radiofónicos y periodistas del papel. Yo mismo he de confesar que sentí un poco de vergüenza ajena cuando vi, en el vídeo que emitió la BBC, a aquellos dos venerables señores, cuya profesionalidad y buena voluntad no pongo en duda, disimular con cara de circunstancias el sonrojo y la decepción que debió de producirles la «verificación» de aquella micro-entrega de artefactos militares que les hicieron dos encapuchados de la banda terrorista. En fin que cuando la banalidad se viste de solemnidad, no cabe esperar otro resultado que el ridículo.
Ridículo, por cierto, que no se limitó a los protagonistas del Carlton, sino que se extendió, como en oleadas concéntricas de descendiente intensidad, a todos los que antes y después contribuyeron a conceder al acto la importancia que no tenía. De él, del ridículo, digo, no se libró ni el propio lehendakari, quien, tanto con sus anuncios previos como con su apresurada valoración posterior, ha soplado como el que más para que acabara hinchándose la burbuja informativa que se ha creado. Y tampoco pueden llamarse a andanas los medios de comunicación, que, con su masiva y abusiva dedicación de espacios al ‘acontecimiento’, han inflado de manera exagerada el vientre de ese monte que ha terminado pariendo al ratón.
Y, sin embargo, más allá de la mofa que pueda merecer, hay en lo ocurrido un aspecto que reclama toda nuestra atención, porque es, de entre toda la farfolla que lo ha rodeado, lo único realmente significativo. Y esto es que, si ETA ha logrado someter al ridículo, con su afán de solemnidad, a quienes de ninguna manera se lo merecían, también ha puesto en evidencia, sin por supuesto quererlo, el patetismo de la situación en que ella misma se halla. En tal sentido, el momentáneo y aparente éxito de ETA en este su por ahora último ‘tour de force’ se torna patético fracaso nada más se analiza el fondo de lo que ha ocurrido. Veamos.
Cuando el 20 de octubre de 2011 ETA declaró «el cese definitivo de su actividad armada», estaba siguiendo –y pretendiendo que los demás siguieran– una hoja de ruta que le había sido marcada por aquella Declaración de Aiete que tres días antes había solemnemente proclamado un grupo de autodefinidos ‘facilitadores’ de renombre internacional. El meollo de la declaración, así como del propio comunicado de ETA, consistía en una «instancia» o «llamamiento» dirigido a los gobiernos español y francés para que éstos abrieran «conversaciones» o un «proceso de diálogo directo» en orden a «tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto». Estas eran, como a nadie se le oculta, la entrega de las armas y el futuro de los presos. Había, pues, en la hoja de ruta, tanto del grupo de Aiete como de la propia ETA, un elemento esencial que se cifraba en la ‘bilateralidad’. ETA y los gobiernos correspondientes se sentarían a hablar con la organización para llevar adelante el proceso.
Pues bien, en su ridícula entrega de armas anunciada el viernes en el Carlton, así como en la declaración que su colectivo de presos hizo el 28 de diciembre del pasado año, ETA se ha visto obligada a desbaratar la hoja de ruta que tenía trazada, convirtiendo en unilateral lo que había concebido en un principio como bilateral. Al renunciar así, por la fuerza de los hechos, a unas conversaciones que ha interiorizado ya como imposibles, ETA se resigna tardía y forzadamente a recorrer en solitario –es decir, siguiendo las pautas que le ha marcado el Estado de Derecho y no la Declaración de Aiete– el último tramo del camino que conduce a su definitivo final. Esta para ella patética realidad es la que la organización terrorista trató de camuflar con la solemne escenografía montada en el Carlton el viernes pasado.
A decir verdad, la propia ETA debería haberse percatado, cuando declaró unilateralmente «el cese definitivo de su actividad armada», de que esa misma pauta, la de la unilateralidad, era la que marcaría el camino que le quedaba aún por recorrer hasta llegar a su final. Pero, una vez más, trató de tergiversar los hechos. Y así tuvo que reprochárselo, hace sólo unos meses, el propio Arnaldo Otegi, quien, a través de una entrevista que concedió desde la cárcel a un medio de comunicación mexicano, les tuvo que recordar a ETA y a toda su comparsa que el de la unilateralidad, y no otro era el camino por el que toda la izquierda abertzale había optado desde la ponencia ‘Euskal Herria zutik’. En tal sentido, el comunicado de cese definitivo del 20 de octubre de 2011 fue definitorio de lo que habría de ocurrir en el futuro, y todo lo que ETA diga tras él resulta, para quien lo analice sin pasión, o redundante o incoherente. Todo está ya, en efecto, dicho, y dicho además de manera irreversible.
Hizo muy bien, por ello, el lehendakari –cuando compareció de manera un tanto apresurada y palpablemente decepcionado tras el comunicado de los verificadores– en recordarle a ETA dos cosas que resultan fundamentales para que no vuelva a llamarse a engaño. La primera, que no espere ayuda en el camino que a ella sola toca recorrer hasta llegar al total desarme y a la disolución definitiva. La segunda, que ese camino no lo daremos por finalmente recorrido si antes no reconoce con toda claridad el daño que, de manera injusta, ha causado a lo largo de su historia. Fue la mejor respuesta al intento que ETA hizo el viernes de tomar por tonto a todo un pueblo.
JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 23/02/14