ABC 22/12/14
DAVID GISTAU
· Las simulaciones retóricas acerca de la regeneración y el espíritu conciliar de la Transición ya han sido desplazadas por el despliegue en los platós
EL fútbol de sacamantecas buscando tobillo que jugó San Lorenzo el sábado constituye el augurio más preciso de lo que será la vida política en cuanto termine la efímera tregua navideña y, al doblar Nochevieja, las cornetas toquen zafarrancho electoral. Las simulaciones retóricas acerca de la regeneración y el espíritu conciliar de la Transición ya han sido desplazadas por el despliegue en los platós y en los mítines de fin de semana de los especialistas en discursos de choque. Los argentinos, propietarios también de la palabra patota, tienen un término más digno del diccionario de la RAE que amigovio para definir a los temibles guardianes de cualquier cosa que les sea encomendada: los llaman patovicas.
Cuando el PP dice que pretende corregir el error de comunicar mal, a lo que en realidad se refiere es a que Rajoy ha movilizado a sus patovicas orales para que irrumpan en los mismos espacios de la televisión que antes desdeñaba por considerarlos meras guaridas de la agitación hasta las cuales no podían degradarse quienes anhelaban distinguirse por una actitud de estadista propia de los únicos que podían gobernar. Prueba de ello es el estreno del nuevo portavoz parlamentario, Rafael Hernando, que en sus primeras declaraciones ha empezado a mejorar la comunicación por la vía escatológica diciendo que Podemos está cubierto de «caca». En cuanto se suelte evitará eufemismos infantiles y dirá «mierda», un mierda menos atronador que el de Fernán Gómez, pero suficiente para demostrar que en el PP saltarán en paracaídas para reñir la balacera del sábado noche. Comunicar mejor es compartir la resignación de Alatriste cuando dice «No queda sino batirse» tirando de vizcaína por lo bajo.
También Schz, que ya ha disparado la bala de plata del franquismo, comparte la voluntad de enlodar al otro gran partido institucional. La paradoja es que Podemos, que todo cuanto es lo debe a la pendencia de tertulia y al tremendismo primario que encaja en ese formato, ahora se ha propuesto mutar en sentido inverso para disfrazarse de partido tradicional, con visión socialdemócrata de Estado, que podría servir para algo más que para ejecutar venganzas sociales y derrumbar cimientos fatigados. Sigue cometiendo errores garrafales debidos a sus automatismos demagógicos, tales como inventar razones morales extrapolables al colectivo a un perturbado que embiste con su coche la sede del PP sólo porque no tenía GPS y no supo encontrar el Parlamento. Pero su progresiva oscilación hacia la adjetivación escandinava lo ubica en un papel, insólito para quien ha frecuentado tanto la agresión verbal, que ya empezó a usar por una sola pregunta en la entrevista a Iglesias de TVE: víctima hipersensible de improperios ajenos. Si será mesiánico Iglesias, con su escolta de zelotes, que molestarlo tiene valor de blasfemia. Consuélense por lo que viene sabiendo que, en el Senado, Cicerón llamaba a Marco Antonio odre de vino y putero lujurioso. No habrá otra emulación de los clásicos.