PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • La actitud del PSOE es ahora la misma que la de aquellos partidos comunistas que se plegaron al oportunismo del tirano

El 23 de agosto de 1939 Molotov y Ribbentrop firmaron un pacto de no agresión que incluía el reparto de Polonia. Nueve días después, Hitler invadió ese país. Stalin dio la orden de que todos los partidos comunistas europeos secundaran el acuerdo con los nazis y, por extensión, su agresión a Polonia, que marcó el comienzo de la II Guerra Mundial. Entre los dirigentes que saludaron la entente del comunismo con el Tercer Reich, estaba La Pasionaria, exiliada en Moscú.

De ser su enemigo irreconciliable y su adversario ideológico, Alemania pasó a ser el principal aliado de la Unión Soviética en una pirueta increíble que generó consternación entre los comunistas que creyeron que Stalin traicionaba sus principios. Estos militantes fueron expulsados y tachados de traidores.

Los intereses del partido, es decir, los de Stalin, fueron puestos en aquel ignominioso pacto por encima de los ideales. Stalin creía que Francia e Inglaterra quedarían debilitadas y que la Unión Soviética saldría fortalecida de la pugna entre el nacionalsocialismo y las democracias liberales. Lo que no calculó es que el monstruo que había alimentado le mordería la mano dos años después.

El pacto de 1939 es el ejemplo más clásico del llamado patriotismo de partido, que no es otra cosa que el cierre de filas en torno al líder. Haga lo que haga y diga lo que diga, los cuadros y los militantes obedecen la línea marcada desde lo más alto, aunque sea incoherente con sus postulados. Primero, el partido y luego, la razón.

Salvando las distancias, la actitud del PSOE es ahora la misma que la de aquellos partidos comunistas que se plegaron al oportunismo del tirano. Dicen que lo que antes era malo hoy es bueno y que lo que era inconstitucional es legal. Y todo por el apoyo de un partido reaccionario y xenófobo, liderado por un prófugo de la Justicia.

Pero no solamente se trata de justificar un giro radical en el discurso, sino que, además, el aparato socialista intenta demonizar a quienes se oponen a la amnistía y los pactos con Puigdemont. Al igual que hizo La Pasionaria, es preciso tachar de traidores a los que defienden lo mismo que Sánchez hace tres meses.

En este sentido, Salvador Illa no tuvo reparo en acusar de «sembrar el miedo y la crispación» a los que repudian la amnistía, recurriendo a la simplificación de decir que esta causa responde a las maniobras del PP y Vox para desestabilizar a Sánchez. Eso es lo que le gustaría a la cúpula socialista que sabe que es imposible justificar su pirueta.

Lo que Illa está haciendo es refugiarse en un patriotismo de partido que antepone los intereses del líder a los principios. Para granjearse la comprensión de los independentistas, que no le tragan, opta por denostar a quienes defienden la Constitución. Un mal camino y una indignidad.