- Si le importa la Historia, y le importa, no produzca más daño. Es tarde para enmendar su trayectoria. Aún puede aparecer como el gobernante que, tomado el pulso a la sociedad, decidió desaparecer de la escena política y devolver la voz al pueblo
A estas alturas de nuestro «Celtiberia show» (en postrer homenaje al ilustre periodista Luis Carandell, Barcelona, 1929-Madrid, 2002) ya pocos españolitos confían en un tal Pedro Sánchez Pérez-Castejón, todavía presidente del Gobierno. Presidente según la terminología constitucional en vigor, aunque, visto el extraviado rumbo imprimido al cargo, debería llamarse, con más propiedad, primer ministro.
Sea como fuere, don Pedro experimenta un fuerte rechazo popular. Tanto, que se le desaconseja salir –ni por un cuarto de hora- del palacete de La Moncloa. Si sus enojados súbditos le reconocen, prorrumpen en improperios y denuestos. A los españoles se les ha caído la venda de los ojos. El ilustre personaje ya ha quedado al desnudo, políticamente hablando. Sin duda, Su Excelencia, extrañado, aturdido, desorientado, se preguntará: ¿qué he hecho yo para merecer tales dicterios, semejantes ofensas? ¿Por qué no me quiere el pueblo al que tanto mimo y al que dedico lo mejor de mi progresista existencia y complicada vida política? Encontrar respuesta no es tan difícil, señor Sánchez. Veamos.
Lleva usted siete largos años en el cargo de presidente del Gobierno. Siete años de aberraciones político-constitucionales (amnistía), de falacias y de disparates, haciendo lo contrario de lo prometido, encarnando prepotentemente un Poder Ejecutivo expansivo. En verdad, a usted le gustaría ser presidente de la República (de ahí los desaires al paciente Rey). Un lapso de tiempo por el que casi nadie apostaba, dados los escabrosos orígenes fundacionales de sus gobiernos en coalición y sus increíbles hipotecas constituidas con los socios que le han permitido a usted presidir el Consejo de Ministros (ERC, Junts, PNV, Bildu). ¿Hay algo peor?
Durante ese largo tiempo, insufrible lapso de siete años, soportando sus cuentos ‘progresistas’, los españoles normales, o sea, demócratas moderados, sensatos, aunque críticos, eso sí, y con cierto grado de instrucción, han tenido que soportar el levantamiento de sus humillantes e injustos muros, amén de sus invectivas lanzadas desde el púlpito monclovita por su coro de voceros y aduladores incondicionales. Desde el yerro ideológico, creídos en la infalibilidad del amo, han faltado el respeto a todo aquel que osara discrepar del credo sanchista. La mínima descalificación recibida –por ejercer la saludable discrepancia en un sistema democrático (sinónimo de libertad)– ha sido «¡fascista!». O se nos ha tachado de locos, de ovejas políticamente extraviadas. Sin embargo, señor Sánchez, la verdad, a la que usted es alérgico, se está restableciendo. Ya caen velos y cortinas, y en lontananza aparece Su Persona como un formidable estorbo para la convivencia y la democracia, para el Estado constitucional de Derecho. ¡Qué contrasentido, señor Sánchez, acceder al Gobierno de España mediante una abrupta y traumática moción de censura en nombre de la honestidad y resultar ser, finalmente, un dirigente lesivo para el interés general y los derechos fundamentales en razón de un ejercicio abusivo del poder, pretendidamente sin control, lo que nos recuerda etapas históricas de autocracia, de ‘espadones’, de dictadorzuelos chavistas que tan triste como frecuentemente florecen en nuestras queridas repúblicas hispanoamericanas!…
Hoy, señor Sánchez, todo ha quedado al descubierto. Escándalo tras escándalo. Mentira sobre mentira. Y sobradamente demostrado que usted carece de límite moral o ético alguno. Pocos españoles ya le creen. Si algunos le siguen es por algún provecho personal que reciben. Su figura de cartón piedra yace en el suelo desprendida del pedestal. Como un ‘ninot’, mal anclado, cae de la falla. Dure lo que dure, aguante lo que aguante, usted es ya una figura política rota, sin crédito ni empatía. Ha iniciado la etapa de la agonía política. En esa tesitura, es usted libre de resistir. Hasta eso los españoles tendremos que soportarle: una larga agonía. Empero el enfermo no mejorará. Sobrevendrá irremediablemente la muerte política: lenta, prevista, pero deseada ya por muchos ciudadanos, desilusionados de sus perversos pactos e inmorales apoyos parlamentarios. Por sus pérfidos socios, enemigos declarados del pueblo español, de la nación española. No cabe mayor error ni indignidad.
No obstante, señor Sánchez, todavía puede tener un gesto de hidalguía política y decidir, en consecuencia, la disolución de las Cortes y convocar elecciones generales para que el pueblo, ese al que usted dice servir, decida. No hay solución más democrática. Si es usted demócrata, ese es el camino. Lo contrario es alargar una vida política condenada a la muerte. Si le importa la Historia, y le importa, no produzca más daño. Es tarde para enmendar su trayectoria. Aún puede aparecer como el gobernante que, tomado el pulso a la sociedad, decidió desaparecer de la escena política y devolver la voz al pueblo. Desmienta así la especie circulante por calles y plazas –esas que no puede pisar– de que tiene usted pulsión de autócrata.
- José Torné-Dombidau y Jiménez es presidente del Foro para la Concordia Civil