Pax

ABC 21/03/17
DAVID GISTAU

· Años de terrorismo nos han impuesto un automatismo del cual no hay manera de desembarazarse

EN los medios de comunicación que antaño apoyaron la Pax Zapateriana ha quedado una fea costumbre, la de la humanización recurrente del terrorista. En la última entrega, que coincide con el anuncio de un nuevo desarme –ETA siempre se desarma más que ayer pero menos que mañana– de los concebidos para imponer al Estado una deuda de correspondencia, los elegidos para prestar rostro humano a la fábrica de muerte son unos veteranos llenos de estragos carcelarios e inadaptados al mundo al que regresaron, que ya no es el del bucolismo minifundista con un sentido entre sabiniano y carlista de la pureza incorruptible. Fíjense que hasta han hecho el descubrimiento de que en Vizcaya existe conexión a internet y es posible encontrar una hamburguesa aderezada con una lámina de queso como las que salen en las películas americanas. Habrá que explicarles de a poquito que en las cercanías de los caseríos han sido vistos automóviles de marca extranjera, pues semejante exceso cosmopolita en las sagradas montañas pastorales puede ser letal.

Estos veteranos que hablan como politólogos de salón de té, que aceptarían con deportividad democrática una derrota en un supuesto referéndum independentista y que apenas recuerdan al muchacho gamberro que antaño fueron y por el que tanto penaron contribuyen a imponer el relato de que, en «el conflicto», hubo dos bandos más o menos equidistantes, subjetivos ambos en la argumentación moral, que hicieron y causaron un daño idéntico. Según esta narrativa falaz, la diferencia sería que mientras los etarras, a pesar de algunos psicópatas irrecuperables estabulados en las más profundas mazmorras, han culminado un viaje interior que les permite olvidar y ¡perdonar! –perdonar incluso a sí mismos–, las «víctimas» permanecen obsesivamente atascadas en un estadio vengativo que perjudica los armoniosos desenlaces históricos propuestos por la generosidad de ETA con esfuerzos como el de su nuevo desarme.

No sé si interpretarlo como un síntoma de fatiga, como parte de la necesidad terapéutica de dejar ETA atrás o, simplemente, como otra evidencia de la pérdida de fibra de la sociedad española. Pero no entiendo que las mismas personas que resistieron durante los años de terror devastador por fe en su ley y en su proyecto de nación ahora estén dispuestas a cabildear un final en el que deberían rendir incluso el relato histórico que justificó el aguante y los sacrificios. Años de terrorismo nos han impuesto un automatismo del cual no hay manera de desembarazarse: el de conceder estatura política a cualquier cosa que ETA haga, el de desmenuzar, como en una exégesis, cualquier cosa que ETA diga, el de preguntarnos después de qué manera hay que corresponder la gracia que ETA nos hace.

Vayan los medios de la Pax Zapateriana a preguntar en los cementerios cómo se van llevando allí los cambios en la vida y en las costumbres.