ABC 10/02/17
IGNACIO CAMACHO
· El único aliciente del congreso del PP es saber si el ruido de la bronca de Vistalegre se oirá en la Caja Mágica
ENVUELTO en la pax mariana, el PP va a tener dificultades para abrirle paso a su congreso en el relato mediático. No puede competir con la riña cainita de Podemos, donde las navajas cabriteras brillan a la luz de la luna con el resplandor de un encarnizamiento fratricida. La concordia no vende periódicos, la unanimidad aburre en las redes sociales y el sosiego adormece la política. Qué lejos aquella reunión de Valencia, tras la derrota electoral de 2008, en la que por las noches había una conspiración en cada cena. El poder ha remansado las aguas e incluso desde la minoría los populares se sienten desangustiados, cómodos frente al descalzaperros que hay montado a su izquierda.
Para entretener a la peña y tener algo que discutir en las tediosas sesiones rutinarias, antes de la aclamación dominical del líder, los organizadores han tratado de armar unos debatillos ideológicos que recuerden a los compromisarios que se trata de armar, si no una identidad política, al menos un bosquejo de programa. Simulacros de discusión en torno a asuntos como la gestación subrogada o las primarias. Estas sencillamente no las van a hacer porque al jefe no le gustan y el asunto de los vientres de alquiler tiene demasiadas implicaciones éticas para resolverlo entre un puñado de concejales y cuadros provinciales descorbatados durante un fin de semana. Las ideas-bandera, esas que se supone identifican a un partido ante sus votantes, hace mucho tiempo que quedaron supeditadas a una oferta pragmática. Su proyecto es el poder; su línea, un vago liberalismo que en materia fiscal se escora hacia la socialdemocracia; su clientela, un amplio espectro de clases medias moderadas. Tiene un problema generacional que ha permitido el nacimiento de Ciudadanos, pero no lo puede resolver mientras lo encabece un registrador sesentón y con canas. Y en cuanto a la corrupción, mejor no tocarla: le queda un fatigoso tránsito judicial, pero en las urnas, tras el golpe de 2015, parece amortizada.
Falta la cuestión de la secretaría general, a la que Rajoy no le concede mayor importancia. Ha encontrado en Maíllo su longa manus en la organización y eso exime a Cospedal, o a quien improbablemente le sustituya, de mayor responsabilidad orgánica. El presidente la confirmará o no en virtud de sus apreciados equilibrios de poder, es decir, de los contrapesos de influencia con la vicepresidenta Soraya. Cómo será todo de previsible que algunos se entretienen especulando si el veterano Arenas conservará despacho en la sede, aunque nadie duda de que el líder escucha sus opiniones con especial relevancia. El resto del pescado está vendido a la espera de la arenga ritual de la clausura, que tampoco se espera en absoluto inflamada. El único aliciente real de este cónclave de la derecha es el de saber si el ruido de la vecina Vistalegre se escuchará, Manzanares abajo, en la Caja Mágica.