Uno habría echado de menos los gritos histéricos de la ministra Redondo ¿en defensa? de Begoña Gómez: «¡Vergüenza, vergüenza!», que en italiano sonaría «Vergoña, vergoña!». Por lo demás todo sonaba a cancioncilla próxima, a soniquete repetido. Mi querido Rafa Latorre encontró en su columna un pertinente calembur entre el último presidente socialista de la Generalidad y el investido ayer: Mont-illa, que enlaza al prófugo Puigdemont con el filósofo que viene a suponer un consuelo para Pedro Sánchez en medio de la incalificable payasada que hemos vivido con la aparición y desaparición del fugitivo.

Había anteriores precedentes de la pantomima: Ayer se hizo con el poder un tripartito que elevó a la presidencia a un socialista, aupado por Esquerra Republicana y el izquierdismo de Comuns. Eso ya había pasado en 2003, cuando Esquerra Republicana y los comunistas hicieron presidente a Pasqual Maragall. Maragall valía más que Illa, al menos hasta que la enfermedad empezara a taladrarle el raciocinio. Pero fíjense en los socios: Pere Aragonés empataba en estatura con aquel vicepresidente que tuvo Maragall, Carod Rovira que inauguró su vicepresidencia compartiendo una paella en Perpiñán con Josu Ternera, al tiempo que le pedían que antes de atentar, se fijaran bien en el mapa, que Cataluña no era España, coño.

Sánchez ha salvado el punto y Puigdemont lo ha humillado ma non troppo. Su anuncio de presentarse en el Parlament para la investidura no pudo culminarse, aunque puso en ridículo a los Mossos , un par de ellos cómplices de la nueva fuga y a los genuinos cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado que habían recibido ordenes precisas e infames de Fernando Grande Marlasca por parte de madre. Se ha calificado con término duros al pastelero de Amer, todos merecido, sin duda, aunque en todos le gana por la mano Pedro Sánchez Pérez-Castejón, más infame, más ridículo y elemento necesario para que Puigdemont pueda existir. Esto no es definitivo. Los ocho escaños de Junts van a ser un obstáculo bastante insalvable en el Congreso de los Diputados. tengo ya dicho y escrito que Puchi es la única esperanza para librarnos de Sánchez, que es, lo m iremos como miremos, el mal mayor de España.