ABC 03/08/16
DAVID GISTAU
· De Auschwitz salieron los judíos convencidos de que nunca más los sorprendieran sin un ejército para defenderse
«La violencia no se vence con más violencia». Resulta curioso que sea ésta la reflexión que la visita a Auschwitz inspiró al Papa Francisco para colocarla en el actual contexto de agresión terrorista a Europa. Si en Auschwitz, así como en las demás usinas de la Solución Final, los hornos y las cámaras de gas tardaron tanto en dejar de funcionar, no fue porque las tropas aliadas ejercieran violencia sobre las nazis, sino porque esta violencia plenamente legitimada tardó años en triunfar mientras los trenes ganaderos atravesaban el Reich y sus conquistas. Es cierto que las sociedades europeas podrían haber elegido inhibirse en nombre de la paz, como amagaron con hacerlo con Chamberlain en Múnich cuando Hitler ya revoloteaba sobre media Europa y no había confusión posible acerca de sus intenciones. Pero, en ese caso, las garitas de vigilancia y las columnas de humo de los campos de exterminio aún serían visibles hoy en día en las afueras de las ciudades del Este reducidas a la esclavitud. O, directamente, en el extrarradio de Manhattan, que es donde las imaginó Philip K. Dick en su ucronía «El hombre en el castillo».
Ésta fue precisamente la objeción que el viñetista Al Capp hizo a John Lennon & Yoko Ono durante su célebre encamada por la paz en el hotel Queen Elizabeth de Montreal, cuya habitación 1742 tuvo, durante ese tiempo, las paredes llenas de frases parecidas a la que abre este artículo. El Papa Francisco perdió la oportunidad de ser invitado a cantar en la versión coral de «Give Peace a Chance» que cerró esta legendaria semana de la contracultura y el pacifismo en pleno fragor de la guerra de Vietnam. Al Capp, en cambio, no fue invitado. Al revés, fue expulsado entre improperios y cortes de manga del santuario donde los gurús aceptaban ofrendas porque enfrentó a Lennon a una contradicción insuperable cuando le preguntó si también había que quedarse en la cama, dándole a la guitarra, mientras Hitler introducía en hornos crematorios a millones de seres humanos. O si, por el contrario, existía el imperativo moral de desembarcar en Normandía, aunque fuera para ejercer violencia, con el propósito de impedir el genocidio y la dominación nazi de Europa.
El Papa Francisco no ha llegado al extremo de beatas laicas como Carmena que piden empatía con el ISIS y el descubrimiento recíproco de las almas en el destino último de la fraternidad universal. Pero estas frases que están entre la galletita china de la suerte y el discurso de aceptación de diadema de una «miss» resultarán menos eficaces contra camiones como el de Niza, ametralladores como los del Bataclan y degolladores de niños y sacerdotes que el famoso pelotón de Spengler. Si hay un lugar en Europa en el que esto debería aprenderse de forma contundente e inequívoca, ése es Auschwitz. De esos campos salieron los supervivientes judíos convencidos de que debían lograr que nunca más los sorprendiera nadie sin un ejército capaz de defenderlos. De oponer, por ellos, violencia a la violencia.