ABC 08/05/17
JUAN MANUEL DE PRADA
· Gane o pierda las primarias, Sánchez dejará su partido hecho una escombrera
EN psicología cognitiva se estudia el llamado «efecto Dunning-Kruger», que nos enseña que las personas peor dotadas suelen padecer un sentimiento de superioridad ilusorio que las hace creerse más inteligentes y preparadas que otras personas con mayores dotes. Esta sobrevaloración de las propias capacidades, siendo trágica, no lo es tanto sin embargo como su pavoroso corolario: como las personas poco dotadas suelen creerse superiores, disfrazan su inconsciencia de resolución y confianza en sí mismas; y así engatusan a las masas, que las siguen hasta despeñarse por el barranco.
El caso de Pedro Sánchez podría estudiarse en cualquier facultad de Psicología como muestra viviente de este «efecto Dunning-Kruger»; y el entusiasmo que provoca entre los afiliados de su partido, una prueba inequívoca de su trágico y pavoroso corolario. Resulta, en verdad, surrealista que un hombre tan huero y cosmético tenga tan elevado concepto de sí mismo; pero todavía más surrealista resulta que muchos afiliados socialistas hayan dado en pensar que es el mesías que puede devolverles las esencias perdidas. Evidentemente, esta apoteosis del efecto Dunning-Kruger no habría sido ni siquiera concebible si los «barones» socialistas, al toque de diana de Felipe González, no hubiesen convertido en un mártir a quien había sido culpable de arrastrar a la irrelevancia a su partido. Pero el resentimiento de Sánchez, en simbiosis con la rabia de unos afiliados nostálgicos de la pana (y envidiosos de las camisas de cuadros de Pablo Iglesias), ha producido este delirante resultado.
Junto al «efecto Dunning-Kruger» hay otro factor psicológico que explica el ascenso de Sánchez. Se trata de ese complejo de culpa que, cada cierto tiempo, sacude a los grupos humanos que han traicionado sus ideales. Los afiliados socialistas saben que pertenecen a un partido que ha traicionado –de forma sistemática y concienzuda– todos sus ideales; y en la exaltación de Sánchez han hallado el modo de lavar sus propios pecados y redimir su biografía. Este complejo de culpa colectivo, tan estudiado por la psicología de masas, explica que los afiliados socialistas quieran ahora ser más izquierdistas que nadie, después de cuarenta años de posibilismo y coqueteos con la plutocracia. Y pretenden redimirse a través de la figura de Sánchez, que es un sucedáneo sin alcohol y sin burbujas de Pablo Iglesias, algo así como un Pablo Iglesias de diseño, retajado y figurín, al que, por supuesto, no lograría arrebatar ni un solo voto: porque la gente, puesta a elegir entre el original y el sucedáneo, se queda siempre con el primero. Gane o pierda las primarias, Sánchez dejará su partido hecho una escombrera, como Sansón dejó el templo a cuyas columnas había sido encadenado: «¡Muera yo con los filisteos!». Que es el lema oculto pero más auténtico de Pedro Sánchez.
Leonardo Castellani, que sabía mucho de psicología, estableció una clasificación de los tontos en cinco grupos, atendiendo al grado de conciencia que tenían sobre su tontería: 1) Tonto a secas; esto es, ignorante. 2) Simple; esto es, tonto que se sabe tonto. 3) Necio; esto es, tonto que no se sabe tonto. 4) Fatuo; esto es, tonto que no se sabe tonto y además quiere hacerse el listo. Y 5) Insensato; esto es, tonto que no se sabe tonto y encima quiere gobernar a otros. Y concluía que esta última categoría de tonto era la verdaderamente peligrosa y siniestra. Sin duda lo es. Pero, en nuestra amada democracia, cuando un insensato alcanza el poder es porque hay muchos tontos, simples, necios y fatuos que lo encumbran. Y es que a veces la democracia parece una orgiástica y orgullosa celebración del «efecto Dunning-Kruger».